Por David M. Houghton y Leonardo Mora
“Calles en que la nada desemboca,
calles sin fin andadas, desvarío
sin fin del pensamiento desvelado.
Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, signo vacío
en tu pecho de piedra sepultado.
Octavio Paz, Crepúsculos de la Ciudad.
Tal y como se nos muestra en las postales y en los enlatados televisivos de poca monta, existe una imagen de Norteamérica que pretende inocularse en el imaginario de los más ingenuos: Rostros sonrientes, jardines resplandecientes, hogares perfectos y remansos de paz en los que las virtudes humanas han alcanzado su zenit; es decir, un supuesto paraíso que supone la realización plena de los valores del capitalismo. Ahora bien, la realidad que se esconde tras esta imagen idealizada y superflua es bastante diferente: hervideros de crimen y descomposición, personalidades psicópatas engendradas día a día por el mismo sistema, marginalidad, exacerbación distorsionada de las ansias humanas más salvajes tanto tiempo reprimidas… esta contradicción es la que se nos revela a través de esta estupenda película del extraño y controversial hombre de cine llamado David Lynch.
Blue Velvet resulta ser una agresiva propuesta fílmica que, partiendo de la visión más idealizada de una tradicional ciudad norteamericana, se sumerge poco a poco en los más recónditos y oscuros suburbios y extrae de ellos una variada gama de personajes que encarnan las más diversas y grotescas perversiones humanas, todo ello al amparo complaciente de la vida nocturna. A través de la mirada de un ingenuo joven que regresa a casa para visitar a su padre enfermo, se nos va presentando gradualmente un universo a punto de estallar, pletórico de degradación, corrupción y deformidades psicológicas. Ansioso por penetrar en ese mundo desconocido, el personaje protagónico se ve involucrado en una truculenta organización criminal, experiencia esta que cambiará definitivamente su percepción del mundo y le llevará a replantear la escala de valores con la que habitualmente se desenvolvía. Haciendo gala de su capacidad para valerse de elementos exuberantes y surrealistas, Lynch teje su relato como una serie sucesiva de imágenes sugerentes y repletas de simbolismo descarnado que agreden e increpan al espectador al tiempo que va revelando la trama de este excéntrico thriller. (Para recordar la secuencia en la que un enloquecido Dennis Hopper seduce mortalmente a la fatal Isabella Rossellini).
Uno de los aportes más importantes de esta película resulta ser el planteamiento original y precursor de los elementos estéticos y narrativos que marcarían su filmografía subsiguiente, especialmente en obras como Lost Highway y Mulholland Drive, definiendo a su vez los contornos de una cinematografía provocadora y sugestiva de imprescindible referencia.
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