HALO / JUANA MOLINA / CRAMMED DISCS / 2017 / 56 Min. /★★★★
Por Herbert Neutra
herbertneutra@icloud.com
El viaje artístico
de Juana Molina es un constante retroceso, un viaje en reverso hacia una fuente
de juventud estética
idílica, una búsqueda
caprichosa de lozanía
y verdor que se va reflejando en el nivel y la calidad en ascenso de cada disco
que la argentina graba.
Y es que entre el camino que lleva del pop socarrón aunque tímido con la electrónica
de “Tres Cosas”
(Domino, 2004), a la
experimentación medular y el despliegue de todas las esencias sonoras de su
universo particular, disponibles en este formidable “Halo”, no solo hay mucho trecho:
también está la
evidencia de la manera en que Molina en cada producción aterriza en una estación
más cerca de esa tierna
infancia a la cual su alma pertenece; una infancia que se traduce en una música que se hace más juguetona, más intuitiva y más lúdica, aunque no por todo esto menos
compleja y onírica.
Este periplo lo inició un poco tarde, cuando,
insatisfecha con sus logros y reconocimientos como actriz en el mainstream
televisivo de su tierra patria, decidió empezar a construir y a trabajar por
sus verdaderos sueños; poco importó el improvisado cambio de rumbo, porque a
fin de cuentas "¿Quién las edades cuenta? Lo que no consideras es que
uno crece y las edades quedan… Para entender todas las edades, 15, 20 o 36 están en mí todas las edades” (“Wed 21”, Crammed Discs; 2014). La sentencia que emitiera en su placa anterior, ahora se cumple con
creces: en su séptimo álbum Juana Molina nuevamente rejuvenece y se sirve del concepto de la “luz mala”, esa que resplandece de la
osamenta de los animales muertos tiempo después de que se les entierra, para
atraer a fanáticos
y curiosos a casi una hora de canciones que comienzan con ritmos sencillos y
rimas que cualquiera podría balbucear, para convertirse en disimiles encuentros sonoros donde la
etiqueta folktronica se queda corta (v. gr. “Estalacticas").
Divertida y gloriosa es “Paraguaya”, con su letra hechicera y su fondo de cuerdas, con reminiscencias de tanguedia, colorida y pulsante “Sin dones”, con la dulce voz de Molina al final del
corte arrastrando al dance a todas las
calacas. Tampoco desmerecen “Cosoco”, con su ingenio lingüístico, bien secundado por una
original percusión programada, o las maravillas onomatopéyicas y progresivas detrás
de “In the Lassa” y “A00 B01”;
luego está “Cara de
espejo”, un
pastiche de todos los tracks anteriores con estudio sobre el ego en
tiempo de redes sociales incluido y la grandiosa “Cálculos y Oráculos”, cuya lírica bella y acertada calza con la recursiva
mezcla entre capas de sintetizador y soplidos de botella.
Con más de diez años intentándolo, Juana por fin puede jactarse de haber excavado lo suficiente, ya no solo para mostrarnos la candidez de una
niña inquieta, sino además, todas las melodías que sus huesos son capaces de susurrar.
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