Por Herbert Neutra
“Me tiene de una pieza es la verdad,
yo no comprendo por qué razón,
a un hombre macho como yo,
un par de piernas, lo vuelvan
mierda y una carita lo haga un guevón”.
DARIO DARIO
Posiblemente el epígrafe no sea el más estilizado para este exquisito y elegante filme, pero por la crudeza y tono directo de esas improvisadas palabras, sí sea el más adecuado; por supuesto su pertinencia no se podrá constatar hasta que se abandone la sala, una vez finalicen las dos largas horas que se ha tomado el director americano Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, 1997; There Will Be Blood, 2007; The Master, 2012) para presentarnos todas las intrigas y la condena a la que un artista se ve sometido cuando se topa con ese mar revuelto de zozobra, alegrías y sinsabores que es el amor.
Phantom Thread es la consagración de Anderson, otro gran nombre de la cinematografía de este siglo, quien ahora captura en portentosos 70 milímetros todo el glamour de la Londres de la posguerra, enfocándose en la obra y el genio de Reynolds Woodcock, un prestigioso costurero en el centro de la moda británica de 1950, a quien da cuerpo y voz de forma incontestable Daniel Day-Lewis. A Woodcok las mujeres le sirven de inspiración, de medio para su creación y de compañía, ¡claro!, hasta el día en el que conoce a Alma (Vicky Krieps), a quien, como ocurre con el "pendejo" (léase tonto en Colombia, infante en Argentina, imbécil en México) de la canción ranchera de Darío Darío, decide convertir en un elemento fijo y determinante en su vida: ya no solo será su amante, también será su ánima, su musa y su compañera.
Pronto, como ocurre con cualquier ecuación en la que se invierten los factores razón/emoción, y en las complicadas relaciones masculino-femenino y sus inversos caminos hacia la iluminación, aparecerán las fricciones entre ambas naturalezas. Este escenario es el que el director aprovecha para mostrarnos con su característico humor negro, todas las consecuencias de las acciones de un hombre al que ya no solo una, sino varias mujeres, han ido enredándole la psique, a lo largo de una exitosa pero espinosa existencia.
A pesar de una aparente simpleza narrativa y genérica, “El hilo invisible” es un espectáculo visual, en el que todo el universo detrás del diseño de las prendas y el oficio de su protagonista, el contexto histórico, el tono oscuro emparentado con títulos como Rebecca (Hitchcock; 1940) y las loables interpretaciones del resto del elenco, cautivarán por su pureza y refinamiento al espectador paciente e interesado. La película es un cumplido al cine a la vieja usanza, en el que la composición de cada fotograma pide degustarse con calma, aún cuando lo que lo que vaya revelando entrañe un sabor agridulce y perturbador; no es gratuito, a propósito, que el propio Day-Lewis anunciara al final del rodaje que su compenetración con el personaje de Woodcok lo llevara a retirarse definitivamente de la actuación y que ha considerado NO ver el largometraje por una cuestión de salud profesional y mental.
Phantom Thread es una pequeña joya y un clásico instantáneo que haría las delicias y despertaría la envidia de Max Ophüls o Douglas Sirk, entre otras, porque cuenta con una delicada y majestuosa partitura a cargo (nuevamente) de Jonny Greenwood; una obra maestra que pasó desapercibida por las limitaciones de su distribución y estreno en Norteamérica el año anterior, pero que afortunadamente podrá verse en muchos cines del mundo, por supuesto, si usted es de aquellos que valora la calidad y el sentido de dicha experiencia.
Comentarios
Publicar un comentario