CÁPSULA A NINGUNA PARTE
La sensación de misterio. Esta impresión, que se instaló como un rayo en nuestro fuero interno, lo impregnaba todo: nuestras conversaciones, nuestras acciones, nuestros temores, y marchaba tras los pasos de los acontecimientos. Era un suceso que más bien se parecía a un monstruo. En todos nosotros se instaló, explícito o no, el sentimiento de que habíamos alcanzando lo nunca visto.
Voces de Chernóbil. Crónica del futuro
Svetlana Alexievich
Caminar, lavar, correr, comer, limpiar, mirar, dormir, tomar, fumar, desear, leer, ver, estudiar, pantalla, teclear, enviar, llamar. Caminar, lavar, correr, comer, limpiar, mirar, dormir, tomar, fumar, desear, leer, ver, estudiar, pantalla, teclear, enviar, llamar. Caminar, lavar, correr, comer, limpiar, mirar, dormir, tomar, fumar, desear, leer, ver, estudiar, pantalla, teclear, enviar, llamar, una cuarentena que se convirtió en el bucle infinito, pienso que vivo en el día de la marmota, y aún no se encuentra la posibilidad de romper el hechizo. Ni la distopía cinematográfica me ha preparado para este mundo de mascarillas y rostros cubiertos, de contactos limitados y medias verdades.
De esas verdades se alimentan mis miedos, de las que dicen que el virus se mueve a una velocidad incomprensible para nosotros los humanos que queremos comprenderlo todo, y asaltan las alarmas de cómo vivir, a quiénes visitar, con quiénes construir; y a quiénes extrañar; el mundo se reduce a un pequeño cascaron de gel y alcohol, tan frágil como la naturaleza misma, naturaleza hoy expuesta por aquello que no vemos, no sentimos y de lo cual huimos (tan parecido a Chernóbil). El Covid suplantó las discusiones diarias y se instala en las charlas momentáneas, en las primeras páginas de los diarios y con cubrimiento de noticieros de horas y horas, como si no fuera suficiente saber que su existencia se convirtió en el vórtice de nuestros temerosos deseos.
Con el paso de los días, me he acostumbrado a mi nueva vida monástica, al encierro voluntario esperando ansioso el momento de salida, el segundo uso que le he dado al número de mi cédula; no creo que me haya servido para algo más.
Me subo en mi convicción llamada cicla y pedaleo lleno mis ojos de ciudad, mis pulmones de aire (que aún no sé, si es puro o está infectado). Los viandantes hacen filas, se estiran y se encogen como un resorte, hablan, callan, se miran y se evitan aunque se necesitan, yo pedaleo, avanzó con la poca certeza de llegar a algún lado, pero el tiempo se agota y me recuerda que debo entrar en el cascarón antes de las ocho de la noche.
Hace unos meses la economía se hundía, semanas después la pandemia se cotizaba al alza en la bolsa de New York, las acciones de los laboratorios en busca de vacuna incrementaban su valorización en proporción al número de muertos de la crisis, en contraste mi ánimo cotiza a la baja y pierde valor en los entresijos de mí existencia. Pero no hay tiempo para decaer y la pantalla que conecta con el mundo exterior, el Black Mirror de todos los días se enciende; del Zoom cinematográfico al de las videollamadas, y todo transcurre con rostros en cuadrícula (cuando se ven) o del micrófono en silencio (se anhela escuchar una respiración), las conversaciones se reducen al espacio sideral y la vida habita en la nube o se nos ha vuelto un negro nubarrón.
Y esta vida in-vitro me ha conectado de nuevo con el espacio, con aquello que se llama casa, pero también con mi cuerpo, mi mente y mis deseos; he vuelto a habitar-me, permanecer todo el día en el mismo lugar implica resignificar el habitar. Ya no es solo la estadía en la cama como colofón del día como sucedía antes; ahora se vive desde el amanecer, se mira el firmamento y su conexión infinita de puntos luminosos, y comprendo mi milimétrica existencia en el cosmos.
He aprendido a habitar-ser, a ver en el adentro aquello que tanto acallamos pero que merodea en el subconsciente; he aprendido a hacerme consciente de la soledad, a abrazarla y entenderla, a convivir con ella como un estadio más de la búsqueda en uno mismo. Y vuelven esos placeres nimios, pequeños: no cortarse el pelo, dejar de afeitarse, no bañarse, actividades que marcaban nuestra corporeidad, el buen vestir, el verse bien para los otros, mirarse al espejo es encontrar otro rostro, es la libertad, lo vital.
Escucho el río en la mañana y lo visito cuando está torrentoso, como si fuera arequipe que se arremolina a su paso, recojo naranjas y guayabas, me he acostumbrado a la inmensa cantidad de bichos (no es despectivo, es mi ignorancia al respecto) y sus innumerables colores y sonidos, un microcosmos que circunda la casa, aprendo a escuchar, a mirar a las montañas para saber si va a llover, a ver los pájaros e intento infructuosamente imitar su canto, sueno como chicharra cuando imito a una mirla y la naturaleza se agita en mí gracias a lo que ella me enseña.
Y así, esta casa-cuerpo se deslinda en un espacio que se conecta y encuentra un nuevo sentir para resistir a esta siempre invasiva Nueva Carne, esa que dice ser una extensión de nuestro cuerpo y que construye nuestro tiempo, lo moldea, centrifuga y nos lo entrega para su consumo, líquido y digerible; regurgitando información que alimenta de medias verdades nuestra vida.
En esta burbuja llamada cuarentena me encapsulo entre libros, películas, series, música, conversaciones con amigos y teletrabajo.
La vida es una burbuja, ¿Qué será de nosotros para cuándo estalle y la a-normalidad nos alcance?, son muchos los abrazos, besos, sonrisas, bailes, paseos, comidas y tragos que deseo compartir con amigos y familia, esta existencia en suspensión me hace pensar en disfrutar cada día a su ritmo y esperar que el mundo esté ahí para cuando acabe, o que yo exista para verlo, aunque debo reconocer que las noticias que llegan de afuera dicen que continúa igual y con las mismas ansias de autodestrucción, ecos de lo humano que no cambia.
William Alexander Medina Méndez
Ibagué, 12/06/2020
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