Por Leonardo Mora
sanagustinconfesiones73@gmail.com
Alex Cox es un director
cinematográfico independiente de culto, de origen británico (además actor y
guionista) el cual es más conocido por su filme Sid and Nancy/Love Kills (1986) -el cual se ocupa de la vida de Sid
Vicious, el mítico guitarrista de Sex Pistols, y su relación con Nancy Spungen-
y por su trabajo como guionista de Miedo
y asco en Las Vegas (1998), película dirigida por Terry Gilliam sobre la
vida del escritor de periodismo gonzo Hunter S. Thompson.
Three businessmen (1998) (Tres
hombres de negocios) es un extraño filme en el que convergen diversos
códigos, lo cual impide inscribirlo en un género particular, definible: casi
toda la historia transcurre en una bizarra y rara atmósfera enmarcada en una
solitaria Liverpool nocturna –que puede llegar a convertirse absurdamente en
Japón o más adelante, en México-, al estilo de un pesado drama de urbe
industrializada, y es narrada por una
cámara itinerante, móvil, un tanto caprichosa -mucho travelling hacia adelante
y hacia atrás-, cercana al estilo de los dramas del cine independiente; pero, en
realidad, las situaciones que envuelven a los personajes, no pisan terrenos
sórdidos o apasionados, ni de vida y muerte: son tres hombres de negocios, que
a pesar de sus correctas profesiones burguesas, se van dejando llevar en la historia por el
flujo de las situaciones inusuales -pero no extremas- que les acontecen, y las
cuales manifiestan más bien pinceladas de corte más simbólico, surrealista –Cox
es gran admirador de Luis Buñuel- y humorístico, pero de igual forma muy
emparentadas con la cotidianidad de una ciudad importante. Aquellos hombres vagan por toda la ciudad en
transportes públicos –metros y autobuses- esencialmente buscando un platillo
para comer y tomarse algunos tragos; el
interés recae entonces, para el espectador, no tanto en la trama argumental,
como el paulatino conocimiento de las personalidades de los protagonistas, a través
de los detalles de sus bien organizadas vidas que emergen en cada plática. Algunas
conversaciones pueden llegar a ser extremo lúcidas y contener grandes ideas sobre la vida
y la angustia del hombre contemporáneo. Aunque hay que reconocer que en esporádicas ocasiones algunos rezagos de angustia sí ocurren en la película, producto de la ansiedad y el nerviosismo de uno de los personajes, escenas que se muestra agravadas por los largos y estrechos corredores en el que se producen. En esta película abundan este tipo de espacios.
Altamente recomendado este
silencioso y sigiloso filme que poco a poco atrapa con su encanto al cinéfilo y
juega con su sentido de la percepción; el final es hilarante y para nada predecible.
Cabe anotar que, además de dirigirlo, Alex Cox aparece como uno de los
protagonistas, y que este gran director ha construido una interesante relación
artística con Latinoamérica: en 1992 dirigió Death and the Compass, una coproducción entre México, Estados
Unidos y Japón, basada en la famosa historia La muerte y la brújula de Jorge Luis Borges, perteneciente al libro
Ficciones; este mismo año, Cox se desempeñó como actor
para el director mexicano Arturo Ripstein, en La reina de la noche.
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