Por William Alexander Medina
Paterson es una hendidura en la vida cotidiana, en los artificios que inventan los hombres para hacer de su existencia algo de lo cual sentirse medianamente tranquilos, quizás apacibles, honrados, reconocidos. Los viandantes se desplazan al ritmo de la ciudad, de sus calles, sus rincones, olores y colores. Como suele suceder, los hombres se mueven a la velocidad frenética de sus necesidades.
El filme Paterson (2016) de Jarmusch cuenta cómo es el transcurrir de lo ordinario y repetitivo y del alimentarse de las acciones que hacen que los individuos merodeen por el mundo. Si bien la trama de Paterson no reviste ningún artificio narrativo, en su sencillez se esconde una obra con una riqueza poética tanto lírica como visual, a camino entre en el homenaje y el dar vida a una obra que es un personaje en sí mismo, darle color y sensación a las palabras que componen una ciudad. Paterson (interpretado brillantemente por Adam Driver), es un conductor de bus que tiene una vida apacible, se levanta todos los días a las 6:30, ve a su esposa dormir (una hermosa Golshifteh Farahani) mientras la acaricia la luz que irrumpe por la ventana, fragmento del tiempo que posteriormente se convertirá en poesía. Sus días transcurren entre el trabajo, los olores, las conversaciones, el paisaje, una cerveza y el paseo del perro.
No reviste mayor sorpresa una vida así de simple, pero cuando esta se convierte en una representación lírica de lo intuitivo, de lo corriente y fugaz de lo cotidiano, del borbollón atropellado de eventos que componen la vida, Paterson lo transcribe en poesía y la hace frente a la cascada, la misma que en tiempos anteriores inspiró la obra de William Carlos Williams, médico y poeta de New Jersey, uno de los autores más importante de la literatura moderna norteamericana.
Jarmusch construye el guión teniendo como referente indiscutible la obra de Willliams, esencialmente el libro de poemas titulado Paterson (llamado así por la ciudad ubicada en el condado de Passaic en New Jersey) publicado entre los años 1946 y 1958: un libro en cuatro tomos, cada uno de ellos inspirado por la cascada ubicada en la ciudad de Paterson, la misma en la cual transcurre la película de Jarmusch, una obra definida por su autor con estas palabras: “Una vez decidido lo que quería hacer, me tomé mi tiempo para decidir cómo debía abordar la tarea. El punto era utilizar las múltiples facetas que presenta una ciudad para representar facetas comparables del pensamiento contemporáneo, con la intención de poder objetivar al hombre mismo tal y como lo conocemos y amamos y odiamos. Me parecía que un poema era para esto, para hablarnos con un lenguaje que pudiéramos entender. Pero antes de poder entenderlo, el lenguaje debe ser reconocible. Debemos reconocerlo como nuestro, debemos estar satisfechos de que hable por nosotros. Y aun así, debe seguir siendo un lenguaje como todos los lenguajes, un símbolo de comunicación”.
El lenguaje nunca inmóvil y en constante reconstrucción, es lo que nos muestra Jarmusch en su propuesta estética, una obra con una puesta en escena, sencilla, precisa y de una portentosa riqueza estética. La fotografía a cargo de Frederick Elmes, reconstruye con su color, el largo aliento de una ciudad en movimiento y con un tempo narrativo que invoca la contemplación de lo cotidiano. El director norteamericano se mueve en el campo que más conoce: la literatura, pero también, en las conversaciones sencillas, en los silencios compartidos, en la puntual y delicada línea que convierte lo insustancial de la rutina diaria, en un epitome del trasegar del individuo por el mundo, el gusto por las pequeñas cosas, el resguardar el último espacio de privacidad del hombre (la negativa al celular por parte de Paterson), todas aquellas cosas que componen hoy nuestro devenir.
Paterson es una ciudad que se vuelve hombre, un hombre que escribe poesía, una poesía que se convierte en ciudad y una película sobre un hombre que construye sobre lo cotidiano en una ciudad llamada Paterson: como bien decía Williams no existen otras ideas que sean las cosas mismas.
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