Por David M. Houghton.
En alguna página de Bukowski, un tipo entra a una librería cualquiera de Los Ángeles; revuelve entre libros, buscando el rostro de Céline. De repente, hay un sujeto frente a él que dice ser Céline, de hecho, es Céline. Dado que el hombre se encuentra ojeando una edición de La Montaña Mágica, Céline le increpa con ironía, señalando el libro: “Este tipo tiene un problema.” “¿Cuál?” Responde el otro con ingenuidad, a lo que el dudoso Céline contesta: “Considera que el aburrimiento es un arte”.
Este pasaje incidental que, se comprende en el audaz e impertinente Bukowski, no le hace total justicia al escritor alemán, resulta perfecto para describir, no el problema, sino la más destacada particularidad estética del film 71 fragmentos de una cronología del azar, del también alemán Michael Haneke. Y es que cada una de las 71 secuencias que componen el film, y que a modo de puzzle narrativo nos permiten dar una mirada a las intimidades de un grupo de personajes a los que el azar depara un desenlace trágico, están filmadas con tal parsimonia y detalle que logran trasmitir la atmósfera exasperante y monótona que envuelve la ejecución de todas aquellas acciones nimias que componen la cotidianidad. El aburrimiento, el colosal tedio que se cierne sobre el paso de las horas en una urbe cualquiera – en este caso Viena – es resaltado por los movimientos lentos de la cámara, por los sucesivos encuadres que destacan, no los rostros dramáticos o solemnes de los personajes, sino sus movimientos menos relevantes: girar una perilla, cambiar un canal de tv, remojar el cepillo dental… incluso una persecución o un allanamiento son presentados con el tono pasmoso y atento a detalles que caracteriza los momentos menos álgidos de la película.
Ahora bien, en este como en otros de sus films, Haneke trasciende la mera exposición fílmica de los momentos más rutinarios de la existencia, con lo que no haría más que prolongar el ya de por sí tedioso transcurrir de nuestras propias vidas – al menos de la mía –. A medida que la yuxtaposición de secuencias nos va adentrando en la intimidad de los personajes, podemos ver cómo la decadencia de un mundo signado por la guerra, la indiferencia, la frivolidad y la hipocresía se va filtrando a través de las pantallas de los televisores que ellos miran sin comprender que todo el cúmulo de horrores que desfila ante sus ojos, y que creen sólo posible en distantes republiquetas sudamericanas o macabras tiranías africanas, es sólo el reflejo a gran escala de sus decadencias personales, de la soledad y la incomunicación que enfrentan a cada hora, de sus más secretas vanidades y sus complejos más ocultos.
Al final del visionado del film queda algo más que la reiteración del talento de este director y es la total vigencia que cobran sus imágenes desde esta ventana por la que veo una ciudad enferma y poluta en medio del trópico, una ciudad en la que millones de seres, al igual que los personajes de Haneke, contemplan en medio de sus rutinarios actos la decadencia de un mundo que enfrenta pandemias, armas nucleares y mentiras mediáticas.
(12.05.09)
(12.05.09)
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