El famoso crayón oblongo / El puente (2025) - Una crónica poética y un relato breve de William Alexander Medina Méndez
El famoso crayón oblongo
Salta cadáveres (1989) - Pedro Alcántara Herrán
El mundo se encarga de recordarnos lo que nos hace sensiblemente humanos o si somos simplemente ignaros del dolor ajeno. Desde los migrantes deportados como criminales (el sueño americano tiene sus bad dreams), lo cual generó una ola de indignación; no tanto por el reclamo de respeto que debe ser inalienable a todo individuo, sino porque estamos acostumbrados a tener la rodilla en el suelo, la genuflexión de los patriotas (olvidaron qué es el nacionalismo), los mismos que se ponen la mano en el pecho, pero la dignidad la tienen en el piso.
Además de la dignidad, resulta preocupante la pérdida de memoria o mejor taparla, borrarla, eliminarla: un mural ha puesto al país a hablar de los desaparecidos, que por su condición terminan siendo una indeleble evocación para el corazón que lo recuerda; para la madre que lo llora, lo busca y lo encuentra en una Escombrera. LAS CUCHAS SÍ TENIAN RAZÓN, y el regreso interminable de la memoria produce monstruos sobre todos aquellos que se encargaron de siempre ignorarlo. Por eso, salen rodillo en mano y con pintura negra (lo cual me recuerda una canción de Mano Negra) a ocultar lo imposible, lo cruel y vil del ser humano; también están los micrófonos que no tapan, sino que nublan el pensamiento, crean una realidad que solo para ellos funciona o que siempre han contado: el micrófono se ha vuelto un arma de moda.
Y el regreso terrible de lo mismo tiene nombre de lugar lejano, Catatumbo: la guerra que nos ha llevado por este camino pavimentado de muertos, desaparecidos, olvidados, la muestra perfecta de lo anacrónico de una guerrilla, pero hay quienes se frotan las manos felices; los mismos que consideran que eso es producto de un desacierto, pensar en la PAZ (pensaran en seguridad democrática) y construyen sus estrategias políticas con el dolor de los otros, según ellos un pensamiento muy Cabal.
Y así, el crayón se instala en el mismo lugar, y lo empujan con las mismas estrategias; miedo, odio, mentiras, apelando al olvido y los viejos temores que no dejan de hacer eco en quienes sí han sufrido la guerra, la pérdida, la angustia y la desazón de ser siempre perseguidos e ignorados. Y despliegan sus alas como carroñeros para alimentar sus ansias de poder, o mejor, de llegar a él y mantener oculta la corrupción que siempre ha llenado sus bolsillos y evitar que el creador de la escombrera termine juzgado por los crímenes que ha cometido (trae ecos de tantos en América Latina), aunque la justica en Colombia es coja, ciega, clasista y peor aún, temerosa.
Es necesario regresar sobre ese tan menospreciado proceso, Pensar: aunque algunos piensen en dejárselo a la I.A., no hay nada más artificial y poco inteligente que un pensamiento sumido en la necesidad de la guerra, el eterno retorno de lo siniestro, del señor matanza (diría Mano negra). Pensar puede generar dolor de cabeza y migraña para uno que otro joven cabal, y no es que no puedan, pero sus acciones demuestran un grado sumo de ignorancia, o mejor, poca capacidad de procesamiento del dolor del otro. O peor aún, ¿será que sienten? Mientras la ciencia nos desvela estos secretos, es imperativo impedir que el viejo crayón oblongo se instale en el cerebro de los colombianos, porque RCN y CARACOL son el mejor lugar para babear.
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El puente
El guando (1989) - Pedro Alcántara Herrán
Don Macario era conocido por su voz recia, sus pasos firmes y el porte del machete. Sus 187 cm de estatura lo hacían ver como una muralla. Todos en el pueblo sabían del peligro que se corría al enfrentarse con él, así lo demostraba su pasado del cual nadie hablaba. Pero un día, todos conocieron el miedo y terror en el rostro de Macario. La señora Gertrudis cambió su tono de voz al relatarme esta parte de la historia, mientras me acercaba una taza de café y unos bizcochos; pasamos del dialogo al susurro, como quien cuenta algo prohibido.
Era un viernes por la noche. Como de costumbre, Don Macario regresaba a su finca en su caballo, un negro azabache llamado Tormento. El hombre se había tomado tres aguardientes dobles como agüero: siempre debían ser impares por la trinidad. De camino a su finca en la vereda La E…, doña Gertrudis se alejó y me dijo, qué importa el nombre de la vereda, al fin y al cabo, usted nunca ira por allá. El relato se detuvo mientras se paraba a atender a un niño que apretaba unas monedas para un dulce, como si de eso dependiera su felicidad.
Gertrudis retomó la historia, como quien continúa con la costura. Tormento, el caballo de Don Macario, conocía de sobra el camino hacia la finca, hasta que llegó al puente de la vereda; el caballo se detuvo e intentó devolverse. Sorprendido por la reacción de su corcel, Macario apretó la rienda e intento en vano hacer que caminara por el puente, lo insultó y le pego tres duros azotes, pero ni con eso logró que se moviera. Ardiendo de ira se bajó de la silla, soltó la rienda del caballo, desenfundó su machete y comenzó a caminar por el puente, ¡no había nacido el hombre que lo hiciera retroceder!. Pero mientras avanzaba, sentía que la otra orilla del puente se alejaba hasta que escuchó unas gotas, como si alguien estuviera escurriendo agua al salir del rio. Miró a su alrededor y unos rostros le observaban fijamente, pero no había ojos: solo cuencas negras, carne mordida y blancuzca.
Macario se entumeció del miedo. Estaba paralizado, más no sus recuerdos: las imágenes de él lanzando cuerpos sobre el puente, de rostros suplicando se quedaron en su mente como en un bucle. Cuentan los que lo encontraron, que estaba empapado como si hubiera salido del rio, y nombrando a todos los que habían desaparecido en la vereda. Su rostro pálido y su mirada perdida le mostraban débil e indefenso; su humanidad se veía reducida como si hubiera descargado un gran peso. Gertrudis, suspiró hondo y dijo: así la memoria y el perdón se encontraron, y soltó una lagrima por su hijo. Luego terminó el relato y yo el café. Regresé a la escuela, caminando por el mismo puente por el que un día paso Macario.
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