
Fotografía: Robinson Peña
(Ofrecemos el prólogo de la segunda edición -proxima a publicarse- de la novela "Los Ellos", de la escritora ibaguereña Zoraida de Cadavid, la cual apareció por primera vez en 1992 en Somos Editores.)
Por Leonardo Mora
colectivozerkalo@gmail.com
En el año de 1992 en Ibagué, ciudad mediana en el centro de Colombia con las agridulces características propias de cualquier provincia del tercer mundo, una mujer llamada Zoraida de Cadavid se atreve a publicar por primera vez con el seudónimo de ‘Zeta’, una extraña novela breve titulada Los Ellos. La ciudad del acontecimiento pocas veces había dado a luz a una obra tan distinta a todo lo que se publicaba y se leía hasta entonces. Abundaban las crónicas, los artículos, los típicos relatos de costumbres, las novelas realistas sin gran factura, los libros históricos, la poesía higiénica y endeble. Pero realmente, de casi nada podía aducirse una lograda elaboración formal, un lenguaje poderoso y muy personal, una cosmovisión más inusual del mundo, y especialmente, un aguzado sentido crítico de la realidad que pudiera traducirse en imágenes sugestivas, en personajes incisivos y con alma, en circunstancias interesantes y arrebatadoras: en suma, en verdadera literatura.
Los Ellos resultaba una de las pocas pero valiosas excepciones en medio de esa proliferación de cuestionables obras. Esta novela parecía tener lo que a otras les hacía notable falta: un tratamiento formal más atrevido. Una vez familiarizado con su prosa difícil de penetrar en primera instancia, el lector inteligente podía deducir que Los Ellos resultaba ser un alucinante y decadente manifiesto en el cual un narrador que saltaba de primera a tercera persona, un tanto permisivo y altamente irónico, si se quiere, exponía con brutal sinceridad la vida y el pensamiento de un puñado de diletantes e intelectuales sumidos en una extraña mezcla de hedonismo, apatía, y nihilismo. En medio de la embriaguez producida por el licor, por las drogas, pero sobre todo, por la vida a vista a través de los ojos del arte, fuertes palabras e imágenes se precipitaban como catarata al cerebro del lector y lo fustigaban, lo increpaban, lo indignaban, lo conmovían, lo hacían enfrentarse de nuevo a esa alucinación que es la existencia humana para asumirla en todo su esplendor.
Quizás la mayor virtud de la osada novela de Zoraida de Cadavid era la apuesta por la extravagante libertad traducida en lenguaje. Los Ellos obedecía más al tipo de novela que se fue consolidando paulatinamente en el transcurso del siglo XX, que la del realismo austero y objetivo del XIX: es decir, literatura de lenguajes crípticos, de circunstancias de trabajosa identificación, de constante alimentarse de las vanguardias estéticas posmodernas, de personajes diluidos en realidades confundidas con el delirio, y de vidas que sucumben ante los embates de un sistema fabricado con deslumbrantes pantallas publicitarias e información vertiginosa y bombardeada a través de los massmedia por los centros de poder económico y político: el mundo individual y emocional está en constante desequilibrio frente a una sociedad cada vez más caótica y cuestionable en su sistema de valores tradicionales, y en la eficacia de las instituciones que intentan regular las complejas dinámicas sociales del mundo contemporáneo. Esta dualidad de lo externo contra lo interno es precisamente uno de los elementos que más se evidencian en las páginas de Los Ellos y se manifiesta a través de una prosa poética de alto rango:
“Con el alma enmarañada, presa de remordimientos tardíos, consolados por sus propias culpas y sus propias cocinas de indolencia, transcurrían desafiando al mundo por sus delineamientos llenos de inverosimilitud y sus creencias no establecidas ni comprobadas en el terreno de los campos científicos”.
La conciencia de los seres que habitan la novela se encuentra caminando constantemente entre la delgada línea que separa la cordura de la insania, lo que dota a la obra de cierta relación con modelos especialmente surrealistas. Esa conciencia que halla en el grito su manera más efectiva de expresarse, para llegar hasta todos los oídos y los rincones –valga recordar la bella frase de Vincent van Gogh en una de sus cartas a Théo, “prefiero no decir nada antes que expresarme débilmente”- comprende y quiere compartir la belleza y la agonía presente en cada momento de lo cotidiano. Porque, hay que señalarlo, la novela, en términos situacionales, se desarrolla fundamentalmente en un apartamento habitado por dos intelectuales, los personajes principales, y las desiguales relaciones que establecen entre ellos mismos y con otros visitantes ocasionales, dispuestos a correr los riesgos morales de la sórdida personalidad de los anfitriones, que valga decirlo, están enfrascados en una suerte de amor sadomasoquista de alto voltaje y nefastas consecuencias. Pero el verdadero lugar de la obra es el discurso alucinado del narrador, quien no escatima en fracturar verbalmente todo prejuicio, toda fórmula literaria facilista, toda rápida comprensión, todo respeto a los buenos modales, con el fin de acercarse a la verdadera esencia de las cosas a través una poética que no riñe con la crudeza de las imágenes que narra. Para dar cuenta de la realidad se necesitan todas las palabras, todas las acepciones, todos los términos, con franqueza, con veracidad: ya sea de jerga, de lenguaje culto, de conversación matinal, de barrios bajos, la palabra cobra su objetivo original y se antepone a cualquier beatería e hipocresía.
En Los Ellos el delirio y la locura como formas válidas y sinceras para asumir la realidad aparece de varias formas: en la caracterización de los bizarros personajes, en el manejo del lenguaje, en las imágenes fuertes y sus asociaciones, en el reconocimiento de la sensibilidad emocional y artística como peligrosa arma de doble filo para la integridad personal, y en sentencias explícitas también:
“Las verdades del espíritu desordenan la mente”.
En un artículo llamado Homenaje, reconocimiento y mensaje a los artistas, publicado en el periódico tolimense “El Nuevo Día” el domingo 3 de enero de 1993 (un año después de la aparición de la novela), Zoraida de Cadavid escribía lúcidamente con respecto a su concepción de la creación artística:
“El acto creador es lo que hace al hombre parte y partícipe de la Divinidad, fuerza del testimonio, retrato de la angustia.
Detrás de cada acto creacional hay un acto de rebeldía, y detrás de cada acto de rebeldía hay una posibilidad libertaria; el derecho de ser, de estar aquí: una conquista. Luego, el acto creador entraña una posición vital, filosófica frente al mundo circundante y frente al universo (…) El artista no está solo; el acto de crear lo integra a plenitud, lo reconcilia con la naturaleza; es simultáneamente amo y lacayo, señor y sirviente, rey y súbdito”.
Podemos entrever la enorme responsabilidad que conlleva el proceso de creación para un artista que es capaz de superar una insuficiente condición de goce estético y de divertimento, y lleva su obra a un nivel superior, más humano, más loable, más acorde con la gravedad de la situación actual de nuestro conjunto social: el del discurso ético. El arte es un combate moral que en el que enfrentamos la deshumanización progresiva que nos corroe, para dar cuenta del estado de la comedia humana y su incierto trasegar, especialmente en lo que concierne al Tercer Mundo.
Y efectivamente en Los Ellos, el carácter personalísimo de códigos, metáforas y simbolismos complejos que maneja, no sólo corresponde a los mundos emocionales de los personajes: en esta novela es evidente el contenido de mordaz crítica social y política y de preocupación por la situación real de nuestro país. La posición de Zoraida es clara y contundente: nuestra clase dirigente, en su gran mayoría es inepta, corrupta y de proceder risible, y se merece todas las invectivas posibles por anteponer la consecución de sus intereses personales al bienestar general de la población. Es interesante la forma en que se cuelan en el desarrollo de la novela, y sin avisar, titulares noticiosos que resultan en ocasiones ridículos e insustanciales al esquivar los verdaderos problemas que aquejan la nación y que deberían ser de dominio público. Pero, lastimosamente, todos los días el terrícola promedio tiene que aguantar el caudal de mentiras y tergiversaciones de la información y los sucesos por parte de las élites del poder, y poco hace por solucionarlo o por lo menos para lanzar su voz de protesta.
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Willem de Kooning |
Este caos social y moral en el que estamos sumidos, y que a menudo parece imposible de abordar, es la misma estructura formal planteada por los Ellos: Zoraida de Cadavid confiesa en su artículo Homenaje manifiesto y mensaje al intelecto publicado por primera vez el 10 de noviembre de 1984 en la revista Combate:
“Se me ha dicho que soy un poco desorganizada para escribir. Pero, ¿no es la anarquía el metódico orden de nuestra época?”
Pero, hay que anotarlo, el poder de la novela no sólo corresponde a una carga negativa o se nutre de ánimos destructivos: desde el inicio mismo de la obra, en la que encontramos una cita del siempre comprometido Jean-Paul Sartre, la autora entiende que a pesar de que la existencia humana pareciera no tener razón de ser, y más bien sólo fuera una vía que desemboca finalmente en la nada o en el absurdo, ello no nos exime de un sentido de responsabilidad para con el devenir de las sociedades y para consigo mismos. Cargar con el contenido histórico de nuestro tiempo es la tarea del artista verdadero, porque sólo una elevada fe por el humanismo tiene la capacidad de intervenir una vez más en nuestra condición: diseccionándola, intentándola explicar, comprendiéndola y generar en base a ella los saberes necesarios para su emancipación. En el periódico El Nuevo Día, de fecha anteriormente señalada, Zoraida de Cadavid manifestaba:
“A través de esta obra, hago serios planteamientos de tipo filosófico, hago un estudio de la situación social y política del país… cuestiono el establecimiento… pero yo creo que no sólo se trata de destruir el establecimiento, sino de restaurarlo.”
Aquella novela de 1992, “intento sobrehumano lleno de sentimientos y de lágrimas. Pulsando vuestras fibras”, que circuló y fue apreciada en ámbitos restringidos, que quizás supuso un traspié o una indignación para inteligencias limitadas que no pudieron comprender la arrebatadora propuesta de Zoraida de Cadavid, se vuelve a publicar veinte años después, ya entrados en la segunda década del siglo XXI, con toda la frescura y el poder original, para demostrar su vigencia y pertinencia en un medio que cada vez más subsume el rigor y la calidad de la literatura entendida como arte de la palabra.
muchas gracias por el texto. ¿donde puedo conseguir la novela?.
ResponderEliminarHola Luz: creemos que desafortunadamente la novela no puede conseguirse hoy a nivel comercial, pero estamos casi seguros que la encuentras completa adjunta en una tesis de grado sobre escritoras ibaguereñas, que se halla en la biblioteca Darío Echandía de la ciudad de Ibagué.
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