Por Leonardo Mora
sanagustinconfesiones73@gmail.com
La
vida de una singular familia de granjeros acomodados y de fuertes creencias
cristianas, a principios de siglo XX en los verdes campos cerca a las costas
danesas, los Borgen, de costumbres austeras, tradicionalistas, con sus pequeñas
batallas, sus secretos, sus demonios, sus breves alegrías, transcurre suave y
lentamente– de la mano casi exclusivamente de suaves y reveladores travellings
de precisión más que estudiada, tanto en exteriores como en interiores- en el
bello y lírico filme de 1955 titulado Ordet (La palabra), del director danés
Carl Theodor Dreyer, basada en la obra de teatro homónima de Kaj
Munk, el cual constituye un clásico de suprema importancia para la historia de
la cinematografía.
El
abuelo Morten, parco, grave, conservador aunque bondadoso, lleva las riendas de
una amplia casa en la que viven Mikkel, el hijo mayor, trabajador y amable, con
su esposa Inger, quien es el personaje femenino más clave de la historia, de
personalidad benigna y firme, sobre el cual gravitan poderosamente todos los
demás, como a una torre a la que todos se aferran para buscar protección, y ambos
tienen dos pequeñas hijas. También encontramos a Anders, el hijo menor –su más
importante móvil en la película es el hecho de desear contraer matrimonio con
la hija del sastre, a pesar de la oposición de los padres de ambas partes, dado
que los jóvenes novios pertenecen cada cual a un credo específico-, y al muy
especial Johannes, quien estudiaba teología en su juventud, pero al que
exhaustivos ejercicios de lectura, especialmente del gran pensador danés de
hondas creencias Soren Kierkegaard, junto a un espíritu lleno de dudas e
inquietudes –argumento sugerido por varios diálogos en el filme- han trastocado
su personalidad, y su percepción de las cosas hasta el punto crítico de creerse
el Redentor, el mismísimo hijo de Dios. A este personaje se le puede ver
constantemente hacer sermones acerca de los preceptos que “estableció” cuando
vino por primera vez a la tierra, y reflexionar acerca de lo que sucede en esta
nueva venida, cuando la fe de las personas ya no es la misma de antaño –su
mismo hermano Mikkel se ve presa de dudas acerca de sus creencias a pesar de su
correcta moral- y los milagros ya no son el pan de cada día. Pero, nadie en
realidad hace mucho caso a lo que creen que son simples desvaríos del pobre
Johannes, porque lo piensan loco. La ambigüedad de este personaje es un elemento
fuerte, porque muchas de sus actitudes y palabras hacen pensar en que podría
estar espiritualmente por encima de los demás, y que aceptar su aparente
insania como un hecho indudable no permite ver a un individuo lúcido que ve más
allá de las evidencias y que trata de que los otros acepten finalmente seguir
la palabra de Dios consignada en la Biblia. Si se mira bien, esto es bastante
similar al caso del verdadero Jesús, quien, como se sabe, en la antigüedad fue
tildado de mentiroso, embustero, extravagante y loco, y al final fue cruelmente
sacrificado.
Aquellos
travellings que mencionábamos y que son la expresión visual implementada por el
director para narrar su sutil filme, dinamizan el hilo narrativo sin cortar el
plano -lo cual impide obstruir la fluidez del tiempo para asemejarlo al que
transcurre en la realidad- y además están emparentados con la preferencia de
Dreyer por encuadrar las circunstancias generales de la historia, de modo similar
a la dramaturgia: en planos esencialmente
generales o medios, no editados, de secuencias largas, se ven aparecer dos, tres, cuatro o más personajes
dialogando –valga mencionar de paso que rara vez los personajes se miran a los
ojos aunque su lazo afectivo sea íntimo, siempre hablan un poco al vacío aunque
estén conversando con alguien más- en contraposición a los primeros planos, los
cuales son muy esporádicos. Estos recursos teatrales brindan
al espectador el perfil de cada personaje siempre en sus relaciones, en su
influencia sobre los otros, y hace notar directamente las acciones y las
reacciones, porque sólo así puede valorarse el verdadero temperamento de los
individuos; esto es, cuando están interactuando y se ejercen sus fuerzas de
poder personales. Con respecto al estilo de filmación, Enrique Castaños Alés
señala en un enriquecedor ensayo:
"La cámara se desplaza en función del punto de vista
del alma del espectador, a cuyo interior únicamente se dirige el autor, es
decir, como si la cámara fuese nuestra propia mirada, pero la que Dreyer desea
y nos obliga que adoptemos. Hay veces en que el espectador parece anticiparse a
los movimientos de los personajes, cual si estuviese en el escenario con ellos". [1]
De
otro lado, toda la película está claramente impregnada de un fuerte sentido de
lo religioso; el recogimiento determina todas las actitudes de los
personajes, sus concepciones de la vida
y el mundo, y su forma de entablar relaciones con los demás. Hasta la misma
fotografía del filme, de factura claroscura, es decir de iluminación
restringida y muy puntual –los rostros
especialmente aparecen casi que aureolados- a la par con sombras y elementos de
menos relevancia –como el mobiliario del hogar- crea una extraña atmósfera de
intimidad y silencio, como en una iglesia, a la que el espectador debe ingresar
lenta y solemnemente, sin afán, como para no vulnerar los espacios. Figuras
secundarias pero importantes como el párroco, el sastre y el doctor reafirman
explícitamente las ideas y las discusiones acerca de la fe y la creencia en la
palabra que abundan en los encuentros entre los personajes.
Ordet, una obra maestra del arte fílmico, de la cual afirma Castaños Alés que representa “una de las más altas cimas de la espiritualidad contemporánea y, casi con toda seguridad, la película más profundamente religiosa de la historia del cine”, pone sobre la mesa la importancia que posee la fe como componente esencial de aquellos seres humanos que rigen su vida terrenal, temporal y repleta de dolor, por el misterio de la divinidad, esa que promete desde el cielo vida eterna, paz y la más grande bienaventuranza para aquel que crea en Dios con toda la sinceridad de su corazón. No interesa si se es creyente o no; es mucho más válido recalcar el hecho innegable de la piedra angular que representa la doctrina cristiana para la historia de la humanidad; y cuando tal razonamiento se efectúa a través de un ejercicio estético tan logrado como el de Dreyer, no hay excusa para dejar de asombrarse ante la titánica calidad de este filme.
[1] Lenguaje, significado y heterodoxia.
Consideraciones sobre Ordet (La palabra), de Carl Theodor Dreyer. Enrique
Castaños Alés. Ensayo digital en línea
(http://enriquecastanos.com/ordet.htm), publicado originalmente en el Boletín de Arte de la Universidad de Málaga, nº 18, 1997, páginas 399-417.
(http://enriquecastanos.com/ordet.htm), publicado originalmente en el Boletín de Arte de la Universidad de Málaga, nº 18, 1997, páginas 399-417.
El artículo de Enrique Castaños, desde junio de 2013, está disponible en la siguiente dirección web:
ResponderEliminarhttp://enriquecastanos.com/ordet.htm
Muchas gracias señor Enrique Castaños. Su perspectiva de Ordet es supremamente atinada y enriquecedora. Vamos a editar la entrada con el nuevo enlace. Muchos éxitos en su labor crítica. Puede contar con nosotros siempre.
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