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La transacción de una juventud al borde: Güeros (2014) de Alonso Ruizpalacios





Por Jonathan Castro




No cabe duda que México ha sido un territorio en el que se han desplegado innumerables formas identitarias desde el periodo mismo de la conquista. La composición racial del pueblo mexicano superada en mayoría por la población indígena, proporcionó los elementos para la conformación de un relato fundacional: el indio, más que en otras partes del continente, fue limpiado; con un giro narrativo nacionalista se incorporo al relato originario en el que predominaban las visiones y versiones criollas.


  En la literatura, Juan Rulfo y Mariano Azuela contribuyeron con lo propio. El cine mexicano de la época dorada tuvo representaciones maniqueas que despertaron la sensibilidad de algunos críticos, pero sería la película María Candelaria (galardonada en el festival de Cannes de 1946) la que despertó innumerables comentarios: muchos de ellos bastante polémicos, acerca la exaltación y representación exoticista del Indígena en un contexto posrevolucionario.

   ¿Pero a que viene el tema identitario? Valga mencionar que la identidad también es narrar: desde luego, las representaciones del cine mexicano varían y proponen la búsqueda de una identidad nacional a través de distintas vertientes. Es así como en Güeros (2014), la película de Alonso Ruizpalacios, la búsqueda identitaria de la nación reside en un personaje misterioso, desconocido, del cual solo se tiene una cinta de casette, el cual, según los personajes, hubiese salvado el rock nacional. La música, cuya fuente sonora siempre vemos pero no escuchamos, abre un intersticio, o si se quiere una grieta, un espacio en blanco para la escritura, para la oralidad, o simplemente la contemplación, cuyo fundamental ejercicio se encuentra en planimetrías que toman a los personajes enmarcados por ventanas, o cuyo ejercicio de observación replican al espectador en pantalla.

    El plano cenital de las bombas de agua (y esta primera secuencia da cuenta de la transformación que sufre el personaje, que pasa de hacedor de pilatunas a adolescente responsable) es de gran importancia para el desarrollo temático restante del filme. Sin embargo, es el destierro y la expulsión los motivos que llevan a Thomas, el “legitimo” güero del club de amigos, a abandonar su pueblo natal para ir a vivir con su hermano mayor, "el sombra", a la capital. "El sombra" vive con Santos, un amigo o compinche con el que comparte apartamento, lo cual realmente es un espacio venido a menos por la desidia a veces consciente de los personajes.

    Entre situaciones que recorren un espacio de la representación mas intimo y un existir dislocado en el sentido de las relaciones que se tejen en el seno del grupo de amigos, la película apropia estos elementos que se transforman en motivos aprovechados para desplegar un estilo de cámara que bien recuerda las vanguardias europeas de los años 50 como la Nouvelle Vague y su cámara stylo o los manifiestos tardíos como el de Dogma 95.



La historia está cruzada por una búsqueda que no acaba del todo y que se conjuga con situaciones que le dan un tinte mas arquetípico a la historia, como el gusto que siente "el sombra" por Ana, una joven estudiante de la UNAM (otra referencia a la nación, Universidad Nacional Autónoma de México), huelguista y dirigente estudiantil, locutora y directora de un programa de radio de rock en una emisora pirata que trasmite desde un rincón del campus, espacio que reorganiza y funge como centro político y social de interlocución. Ana es una especie de Camila Vallejo con un discurso duro en lo político y una belleza férrea que emite escritos realizados por "el sombra", composiciones literarias que amenizan cada espacio entre rola y rola en cada cita radial.

    Entre líneas de guion discursivas que oscilan entre la situación política y el divagar juvenil, se va tejiendo un relato que es emplazado por su mismo director: en una secuencia rompe con las formalidades escénicas para cuestionar su propio guion, a través de uno de los actores que representa a un compañero universitario en huelga, "el oso". Para "el oso" la película es canónica, su guion se parece a las películas de persecución gringa, es cliché, y todo esto sucede ante nuestra mirada que divaga entre la realidad y la ficción, cuyos momentos se fraccionan aparentemente ante cámara, ante la claqueta con el titulo de la película Güeros y que toma visos propios de un documental, como la charla con el cura jesuita huido de la guerra de El Salvador.

   ¿Y que vendría siendo el güero? En el inicio aparecen las definiciones de este término, una manera peyorativa para algunos sectores populares de llamar a los rubios o blancos en el país azteca; sin embargo esto no se tranza de una manera sencilla, dado que ser güero tiene otras implicaciones.

    En la búsqueda de Epigmenio Díaz, el rockero, los muchachos evaden un control policial. Por escapar de la autoridad desvían hacia una colonia en las afueras del distrito, con lo que empezamos a ver una cartografía propuesta por el realizador, que desplaza a sus personajes del centro a los márgenes y viceversa.

    Al llegar a la colonia el club de amigos es abordado por un grupo mayoritario de jóvenes que departen en la calle, cuyo epíteto para referirse a los “invasores”, a los otros, es la palabra güero. Término racializado con el que Santos nunca esta de acuerdo, pues siempre pregunta si "el sombra" tiene cara de güero o si el mismo que no es rubio es un güero: es decir, la forma y el fenotipo son elementos que definen una cultura visualmente y su participación en el plano de la interacción social. Estas transacciones de gustos, de ocios, va ser representada a través de términos, jergas, intercambios juveniles de significado, artes del hacer.

    Para el joven no escolarizado, en situación de empleo, subempleo o des-empleo, el güero se torna en una forma de caracterización de clase; el güero no es ya el rubio, el güero es aquel cuyos elementos decorativos y estéticos lo definen tales como; el carro, el lenguaje, o la vestimenta. El güero es el que ha tenido y tiene las oportunidades para insertarse sistemáticamente, es el joven de barrio representado como violento: su rostro no es percibido en principio debido a los desenfoques de cámara, es un emborronamiento, una opacidad que habla y fuerte, el miedo al otro, al desconocido. Es evidente en la cara de "el sombra", que luego de acordar un aventón con el muchacho es abandonado en un cerro del DF.

  A los jóvenes universitarios ahora les resulta conflictivo caracterizarse como güeros debido a que ellos también hacen parte de esta masa subalternizada, la cual está en disputa por la construcción de un escenario educativo incluyente, una nación para todos los “hermanos”; sin embargo la manera de representar los debates terminan siendo una anamórfica discusión asamblearia que termina en gresca, en el que los vocablos náhuatl son cuestionados y divulgados. Términos como naco, esquirol, son vaticinados y referenciados etimológica y filológicamente. El autor siempre está en la búsqueda de una raíz que se halla oculta y pretende ayudarnos a develarla. De no ser por esta composición visual y auditiva que echa mano del paisaje sonoro caótico de la capital mexicana (y uno que otro bolero que da ese toque nostálgico del México de mitad década del siglo XX) quizás la obra caería en el lugar común mas insulso. La sonoridad contribuye a hilar este relato de manera contundente; la búsqueda del rockero mesiánico mexicano los llevará a lugares como el hospital, donde se hace evidente y sintomática la realidad juvenil mexicana y la de todo un país, de igual manera sucede en el zoológico y las calles.

   La mezcla 5.1 de sonido permite espacializar y re-ordenar esa polifonía anárquica que es la ciudad, que cuestiona la diégesis del relato y nos sumerge en universo de rebeldía, de cuestionamiento y sobre todo de entendimiento a los trancazos, propio de aquello a lo que se referiría el escritor mexicano Carlos Monsiváis en Los Rituales del Caos.

    Una nación que desconoce el papel de sus jóvenes y que los violenta pasa a ser el centro de mira de estos nuevos realizadores: No en vano es recurrente y valido mencionar la reciente masacre de Ayotzinapa, cuyos estudiantes normalistas reclamaban justamente mejoras educativas de su región. Güeros es un guiño con muchas situaciones y artistas, entre ellos, Jim Jarmusch: en una secuencia filmada en el interior del apartamento se tiene las mismas ponderaciones formales y estilísticas de la película Café y Cigarrillos del conocido director estadounidense, para quien el rock, el blues y la literatura han sido claves en su universo representativo.

   En un apartado de la película de Jarmuch, el autor a través de sus diálogos en mesa cuestiona la identidad nacional norteamericana a través del mito de Elvis Presley y la incorporación o en términos del autor, el saqueo o robo a los artistas negros del blues. Alonso Ruizpalacios retoma estas inscripciones para recordar que hay una generación no pasiva que demanda espacio y democratización de un relato que los represente.











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