Reseña sobre Once More Time with Feeling (2016) de Andrew Dominik, documental sobre Nick Cave and the Bad Seeds


Por Herbert Neutra
herbertneutra@icloud.com
Como parte de la muestra itinerante: "Ambulante 2017", y después de una espera de más de seis meses desde su estreno en algunos teatros del mundo, se presentó en varias salas de cine mexicanas “Once More Time with Feeling”, apoteósico documental filmado en 3D a cargo de Andrew Dominik (“Chopper”, 2001; “The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford”, 2007). La experiencia cinematográfica, musical y poética que le espera al espectador con este título se quedará corta en esta reseña, toda vez que“Once More Time with feeling” no solo se incluye como otro gran filme sobre la legendaria banda australiana Nick Cave and the Bad Seeds, sino que además supera con creces todo lo que se había visto en el agitado viaje iniciático “The Road to God Knows Where” (Uli M. Schüppel, 1990) y en la más biográfica “20,000 Days on Earth” (Iain Forsyth & Jane Pollard; 2014).
Recurriendo a un estilo muy diferente y en casi dos horas, Dominik captura la esencia y parte de la inventiva detrás de uno de los mejores discos que ha grabado el grupo, aunque lo más interesante aquí, es el motivo, las circunstancias y el drama humano que permitieron que una obra de arte de la magnitud de “Skeleton Tree” (Bad Seed Ltd., 2016 ) pudiera alumbrarse.
La muerte trágica de Arthur Cave, hijo de Nick, en Julio de 2015, después de caer de un acantilado en un abuso de LSD mezclado con Cannabis, supuso un punto de inflexión y un derrumbe emotivo para el cantante y para su esposa. A pesar de ello y aún lidiando con el duelo, Cave supo dar forma a lo incomprensible: a eso de tener que aceptar la provisionalidad de todos aquellos a los que amamos, admiramos y respetamos; llevó a letras, acordes y melodías la extraña regla de supervivencia que nos invita a asumir lo que ya no podemos cambiar en la vida y más bien nos obliga a persistir, y a seguir viviendo. Ese es el combustible que impulsa a la película, una suerte de estoicismo en el que siempre se balancean las alegrías y las tristezas, un raro antídoto con el que muchos mortales al final llegan a curarse.
El director recurre en la puesta en escena a un sólido tono monocromático que intensifica los sencillos pero majestuosos planos de los músicos, el estudio y el equipo de grabación. Destacan también, el uso circular y entrometido del travelling, las luces estroboscópicas, el deslumbrante recurso de la fotografía a “contra-luz” y la saturación del brillo y el reflejo sobre el color negro. La conjunción efectiva de todos estos elementos hace posible que en muchos momentos nos sintamos parte de la música, de la escena y de las emociones que allí se están gestando, buena prueba de ello podrá obtenerse durante el visionado cuando discurre la interpretación de piezas como “Girl in Amber” o “Distant Sky”.
El aporte narrativo viene de la mano del propio Nick, con las lúcidas y elocuentes respuestas que ofrece al documentalista en improvisadas y aleatorias entrevistas en su casa o en una limosina, complementadas con recursivas tomas de los alrededores londinenses e incluso, con uno que otro truco de post-producción que equilibra el aura oscura y algo fantasmagórica del largometraje, insertando cálidos registros policromáticos obtenidos de otros formatos.
Las complejas capas de drones, música concreta y arreglos de cuerdas que caracterizan al vanguardista “Skeleton Tree” quedan al descubierto en las distintas escenas en las que se recrean los ocho tracks que conforman el album, y en las que puede verse y escucharse al resto de la banda -especialmente al no menos relevante Warren Ellis- completando con electrónica portátil, delicada percusión y discretos arpegios de guitarra, la voz y la intensidad de la interpretación del “crooner”. Nicholas Edward Cave es un artista que constata, una vez más, como el único camino posible para la realización personal y creativa de cualquier hombre es aquel que dicta el dolor, Andrew Dominik, por su parte, descresta, porque cuenta con la pericia y prudencia suficiente detrás del lente, para mostrarnos todo el brillo de semejante milagro.
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