ISLE OF DOGS / WES ANDERSON / 2018 / **** / 101´ / ESTADOS UNIDOS-ALEMANIA/ AVENTURA-COMEDIA-SCI-FI/ CLASIFICACIÓN:+13
Por Herbert Neutra
herbertneutra@icloud.com
“Literate man is not only numb and vague in the presence of film or photo, but he intensifies his ineptness by a defensive arrogance and condescension to “pop kulch” and “mass entertainment.” It was in this spirit of bulldog opacity that the scholastic philosophers failed to meet the challenge of the printed book in the sixteenth century. The vested interests of acquired knowledge and conventional wisdom have always been by-passed and engulfed by new media.”
(McLuhan, M. 1964/2013:242)
En un futuro muy cercano y después del brote de una enfermedad conocida como la "fiebre del hocico", todas las mascotas caninas de la ciudad de Megasaki son condenadas al exilio en un enorme basurero, allí luchan día a día por llenarse la panza y no morir en el intento; en esta isla distópica de desechos aterrizará Atari Kobayashi, un joven que busca a Spots, el perro guardián de su familia.
Lo más divertido de la segunda entrega animada del director tejano ha sido toparse, en este el año del perro, con un montón de reacciones adversas y disgustos provocados en un público y una generación que hasta ayer, apresuradamente le había encumbrado como el nuevo Stanley Kubrick. Desde el estreno de “Isla de Perros” se han levantado periodistas indignados que acusan a Anderson de una abusiva apropiación cultural, bien por ponerle voces de blancos angloparlantes a los peludos protagonistas ó por “marginalizar” a hablar japonés, a veces sin incluir subtítulos, a los humanos presentes en el filme, en un intento, según Marc Bernardin, de “manipulación de la empatía del espectador” ( The Hollywood Reporter, Marzo 29, 2018).
En la misma línea ridícula y delirante aparecía el artículo de Steve Rose para el periódico británico The Guardian quien se ofendió por la “incoherencia” de la nacionalidad de los perros y el idioma en el que profieren sus entretenidos e hilarantes diálogos (Marzo 26, 2018) y el pretencioso y despistado comentario de Odie Henderson, recordándonos el antecedente de irrespeto por las minorías de Wes A. en muchos de sus trabajos (Rogerebert.com, ibíd). Pero el premio al perro-flautismo se lo lleva la periodista/feminista cultural de Brooklyn Angie Han, quien incluye a la obra en el largo historial de agravios del Arte Americano, en su perverso intento una vez más por deshumanizar a los pueblos asiáticos. (Mashable, Marzo 23, 2018).
Mamadas aparte, lo que estas críticas si evidencian es: 1) Que ha sido más un daño que un favor lo que el post-modernismo con sus explicaciones ideológicas y meta- narrativas ha hecho al periodismo y a la comprensión del arte y la cultura. 2) Que esta generación de académicos defiende teorías tan enclenques como levanta ídolos de papel: ahí están Xavier Dolan, el sobrevalorado Quentin Tarantino y hasta el propio Wes Anderson, al que este clan de snow flakes ahora quiere incinerar como al peor de los herejes, y 3) Que nadie discute que los perros no hablan y tampoco que esta congregación de intelectuales, con sus razonamientos y puntos de vista sofisticados, se detiene demasiado en el fondo, en los “discursos” y en la “inter-textualidad” y va al cine a hacer cualquier cosa menos a ver una película, van a olvidarse entre sus notificaciones de WhatsApp y sus conceptos de-constructivos de lo que realmente importa, esto es, de la forma de la experiencia.
Me alegra tanto que a muchos fanboys de W. Anderson no les haya gustado el filme, porque a mí me encantó y hasta me identifico, como no, con uno de los perros. Lo nuevo de Anderson sin ser lo mejor de su filmografía, es la mayor evidencia de que un formato como la animación calza perfecto con su estilo innovador, el mismo que le ha permitido hacerse a un nombre importante, que no deslumbrante, en la historia del cine de las últimas tres décadas. En “Isle of Dogs” están sus reconocibles composiciones recargadas de color, texturas y detalles, los movimientos de cámara arrebatados que se dirigen a objetivos u objetos específicos de la escena, sus grupejos de niños, animales o adultos unidos en un club para conspirar, sus ya patentados planos-secuencia al estilo de un reloj de cuckoo, en los que examina a los personajes como si se tratara de figuras rígidas en un diorama; en definitiva, todos sus recursos característicos, empleados aquí con mayor libertad como una fórmula ganadora.
A favor “IOD” también tiene, precisamente, lo que sus detractores humanistas consideran una aversión euro-céntrica, un casting de actores que con su talento, entonación y personalidad, da vida y carácter tanto a Atari (Koyu Rankin) como a los distintos canchosos que habitan Trash Island, menciono algunos, tratando de evitar spoilers: el callejero y experimentado Chief (Bryan Cranston), un civilizado, sensato y congruente Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), quien otrora tiempo fuera estrella de comerciales de comida para perros, la mascota de un equipo de béisbol de una secundaria llamada Boss (Bill Murray) y Duke (Jeff Goldblum), un snob de clase alta, algo desubicado. Mención aparte merece Oracle (Tilda Swinton) y sus extraordinarios poderes psíquicos.
En contra de esta película, podrá decirse que Anderson se repite, recurriendo a un esquema seguro y poco novedoso, y que el largometraje, dada su escasa baza argumental, se extiende innecesariamente, cosa que también es cierta. Así pues, quienes quieran pedirle una revelación autoral o una profunda reflexión antropológica sobre la sociedad, como si se tratará de un documental hiper-realista, podrán salir insatisfechos, o como en el caso del periodismo liberal, indignados; pero quienes disfrutamos con todos sus fetiches, con su picardía, sus arrumacos pre-pubescentes, con su estética kitsch, y su reiteración en el stop-motion vintage, y particularmente de la magia del cine, saldremos más felices que un perro con dos colas.
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