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Tríptico de luz, sombra y color en la poesía de Nelson Romero Guzmán


Gólgota (1900) - Edvard Munch                                                  

Uno de los aspectos más interesantes pero a su vez más problemáticos del arte es el entrecruzamiento y la retroalimentación de las formas estéticas, a menudo de límites y preceptos rígidos. En el siguiente texto, William Medina retoma el concepto de écfrasis para abordar la obra del poeta colombiano Nelson Romero Gúzman y sus constantes diálogos con el ejercicio de la pintura y algunos de sus más icónicos representantes.  

 

Por William Alexander Medina Méndez
androidemurnau@gmail.com

Veo que te interesas por el arte y esto es una buena
cosa, viejo. Me alegra que te guste Millet,
Jacques, Schreyer, Lambinet, Frans Hals, etc.;
porque como dice Mauve, «es algo».
Sí, el cuadro de Millet, el Angelus del anochecer, «es
algo, es magnífico, es poesía.

Cartas a Théo. Vincent Van Gogh


Todo arte – la literatura como
la música – ha de ser engendrado
con los sentimientos más profundos –
El arte son los sentimientos más profundos.

El friso de la vida. Edvard Munch


LIENZO

Entre la pincelada y la palabra, el hombre ha creado una imagen del mundo, una representación que desde hace siglos le ha permitido hacerlo legible. Pincelada y palabra se cruzan en una relación estética que el poeta Simónides de Ceos en el siglo IV a C., definió así: “La pintura como “poesía muda” y la poesía como “pintura que habla”. Esta definición de Ceos propone una jerarquía de las artes, en su caso será la poesía la primordial por su carácter elocuente. Con el tiempo cada arte ha recreado su lugar de enunciación, sin negar que las fronteras que dicen existir son porosas y dan espacio para la amalgama de posibilidades estéticas.

     En este dialogo existente entre poesía y pintura podrían darse diferentes perspectivas de estudio con carácter teórico o analítico, diacrónico o asincrónico, el punto de vista de los pintores sobre el de los poetas, los juegos de trasposición de categorías y descriptores de la poesía a la pintura y viceversa. Esta relación ha sido abordada desde múltiples enfoques; históricos, analíticos, estéticos, que han ido del poema al cuadro, del color a la metáfora, de la palabra a la composición pictórica, del poema que se convierte en cuadro y del cuadro que se convierte en poema, la palabra que se vuelve color y el color que se diluye en palabras. Así el poeta y el pintor, entre la palabra y el color abren una ventana a la naturaleza humana.


                                          El aquelarre - Francisco de Goya
 
INTERSTICIOS FIGURATIVOS O RASGONES EN EL LIENZO

Poesía y pintura se han venido analizando desde el concepto de écfrasis que en términos sucintos se define como una descripción que evidencia o pone ante los ojos del lector el objeto descrito; su función, es despertar en el receptor la imagen ausente, que en el caso particular será la imagen pictórica. En tal perspectiva, puede entenderse como la descripción de una obra de arte.

    Por su parte Michael Rifaterre en su texto La ilusión de Écfrasis (2000) plantea que existe un tipo de intertextualidad entre la poesía y la palabra, por tanto “hay una representación visual de una representación plástica” (2000; pág. 161); es pertinente reconocer que el texto base es una pintura y el hipertexto derivado es una obra literaria. El avance en los análisis desde la écfrasis tiene su corresponsabilidad con la renovación de la poesía misma como lo propone Margaret H. Persin (1991) respecto a las tendencias o corrientes de la poesía actual:

      Una heredera de la tradición romántico-simbolista (confianza en la palabra, equilibrio, armonía...) y otra posmoderna (desconfianza en el poder comunicativo de la palabra, indeterminación del significado, autorreferencialidad...): es en esta última donde la écfrasis plantearía cuestiones en parte nuevas, como la intertextualidad, la liminalidad, la heteroglosia y el dialogismo bajtinianos, la dimensión metapoética del texto ecfrástico, el cuestionamiento de los conceptos de «género», «texto», «canon», etc. (Persin, 1991)

    La obra del poeta Nelson Romero Guzmán se mueve en la intertextualidad, lo cual le permite un juego abierto con la imagen; y como en todo proceso intertextual, hay creación, re-significación, y reinvención de mundos simbólicos. Colindante con la teoría literaria de la écfrasis, aparece el concepto de intersticio desde el cual se parte para construir uno nuevo, el límite. Dicho límite se puede abordar desde la praxis estética, lo cual permite el análisis entre las interrelaciones verbales (conceptuales) y visuales (materiales) de los elementos que conforman un todo.

     En el tríptico de Romero Guzmán el límite se constituye en el punto de partida de la recreación figurativa o pictórica, ya que su obra se mueve en el vórtice de tres elementos constitutivos: poeta, actor y espectador. Esta condición tripartita es la que permite el límite, lo cual diluye la imagen del poeta y nos entrega la de creador de proyecciones artísticas en la cual se consuma su autorretrato y asciende la imagen del artista.


                                    Los comedores de patatas (1885) - Van Gogh
 
TRÍPTICO

La obra del poeta tolimense Nelson Romero Guzmán se transmuta en insecto, piedra, cuadro, sueño, trementina, casa, cosa, locura, razón, color, sombra, una poética que le ha permitido consumar una mirada y sensibilidad peculiar sobre el mundo y sus diversas realidades.

    Los poemarios del autor constan de Rumbos (Premio Nacional de Poesía Fernando Mejía Mejía, 1992), Voy a nombrar las cosas (Beca de Creación del Fondo Mixto de Cultura del Tolima, 1999), Grafías del insecto (2005), Obras de mampostería (2007), y el tríptico sobre el cual versa la presente ponencia, conformado por las obras Surgidos de la Luz (2000), La quinta del sordo (2006) y Bajo el brillo de la luna (2015). Los protagonistas de dicho tríptico son, a su manera, creadores de poesía, de aquella que se mueve entre la luz, la sombra y el color, y entre artistas como Vincent Van Gogh, Francisco de Goya y Edvard Munch, tres pintores que inundan la poesía de Guzmán de olor a trementina, incitándolo a crear autorretratos con metáforas, convirtiéndolo en un fantasmagórico espectador que se mueve entre los lienzos recreándolos y diluyéndolos en gráciles paisajes poéticos.

    En Surgidos de la luz, Guzmán recrea la relación entre hermanos, la necesidad del color, la eternidad de la luz o la soledad. Su inspiración es la vida de Van Gogh, el excepcional pintor holandés y su obra expresionista. La intimidad de la correspondencia entre Vincent y su hermano Théo se transfigura en poesía como en el poema Invitación, que hace el pintor desde un cuarto de postigos cerrados: ¡Vamos, viejo! A buscar largo tiempo la luz / ven a pintar conmigo en el bosque, los campos de patatas, / ¡ven, pues! A galopar conmigo detrás de la carreta, / Ven conmigo a ver los fuegos, a tomar un baño de aire puro en la tempestad que sopla sobre la floresta. (2000; pág. 15). A su vez, se evoca la cercanía entre familiares como expresión de trascendencia; así lo evidencia el autor en su texto Carta: “Todo me pareció al final desolado, y en la mitad del cuadro me dibujé a mí mismo caminando, como quien va a arar en una tierra estéril. Todas las mañanas de ocio me contemplo allá en las profundidades de ese horizonte con una azada al hombro. Creo que me encamino dispuesto a matar a un hombre. Y si ese crimen ocurre me recordarán como quien pintó una obra maestra, hija de la vida. (2000; pág. 37).

    En Van Gogh hay mito, crimen, locura, color, ansiedad y luz: pasajes de vida que recorre el poemario de Nelson Romero, quien acampa con el pintor en Arles, contemplando sus soles y cielos estrellados como en el poema Soles en Arles: “Nunca los habitantes de la pequeña población en Arles habían vivido bajo tantos soles. / Brotaban de la noche en pinceladas. / De otros lugares llegaron albañiles de cielos, constructores de ocasos”. (2000; pág. 17). También acecha su soledad y atisba su lucidez pictórica como en el poema Casa amarilla: “Como un mensajero equivocado de puerta / llega la alegría que no es para él. / Pero en sus manos estaba la recompensa. / En vida un ángel lo cuidaba de entrar a los museos. / No vivió para las adulaciones de un falso Dios en la tela; / Durmió con su soledad, a la intemperie de los grandes salones. / El ángel le ungió con sus oleos, la frente de desdichado, / le prestó sus alas al momento de alzarse al cielo de la belleza. (2000; pág. 43). Al final un poeta surge de la tela convertido en luz como Van Gogh. 
 
 
     El sueño de la razón produce monstruos - Francisco de Goya

     De la luz a la sombra, como en una escala de grises, el poeta tolimense también se mueve a los lienzos del pintor Francisco de Goya, un artista que fue vínculo y ruptura con la modernidad: en la razón encontró monstruos y los caprichos fueron la posibilidad de buscar en la oscuridad sus obras negras.

   Romero Guzmán transita en la oscuridad de la obra del pintor español, aunque el color de la corte, los apellidos y el renombre hacen parte del poemario. En La quinta del sordo (2006) se despliega un juego entre la razón y lo profano, la ilustración se contrapone a lo sagrado y lo oculto emerge como posibilidad de transgresión, como se entrevé en su poema Conciliábulo: Quienes huyen del tormento / hacia la libertad dirigen su negro vuelo / donde la vida es sortilegio / materia usada que se anima / en la mirada de Dios (2006; pág. 59). Ese negro vuelo representa la bruja, su sortilegio que en aquelarres dibujara el artista, se antepone a la mirada divina de Dios. Caprichoso, el poeta eleva el vuelo en el poema La bruja Está en el bosque, / se va abrir en flor, en pájaro / se va a doblar en cuchara. / Le roba a Dios la vasija del hombre / donde bebe la pócima amarga. (2006; pág. 55). Serán las ambivalencias las que marquen el ritmo de la poesía, de la alegría del color a la negrura del abismo, como insondable resulta la figura de Goya, el pintor de Fuendetodos.

   La transgresión hace presencia y revela el poeta al pintor que lucha contra la institución y contra sí mismo. En su poema Carta devuelta se menciona: En mi íntimo ser batalla otro ser. He matado la Escuela y de su sangre me valgo para pintar esta otra cosa que un manicomio. Lo que era el orden dentro de la Escuela, lo transformé en un antro donde el negro alucina la luz, sobre las espaldas laceradas de los condenados (2006). A su vez, Guzmán, en su poema Noticia, convierte el color en revelación, en una expresión única de la búsqueda del pintor: “Hay un color que no ha sido revelado al hombre. / Está oculto en la alacena de los dioses. / Ellos urdieron conmigo el engaño. A cambio de verlo, / se me pudrieron las manos pintándoles de blanco el imperio (2006). No es sólo la vida trémula y oscura: también el encaje de la corte hace su presencia, el blanco imperio que pintó esta atiborrado de apellidos, del extenso linaje de una época capturado por el trazo de Goya y reanimado por las palabras del poeta en el poema Damas: Son ellas las obras intimas del tiempo, y se odian con el polvo. No se aburren de pie o en sus sillas, no importa la fatiga de los siglos. Sus miradas hermosean el mundo; parece que también nos contemplaran como a otro cuadro, donde fuimos dibujados con bruscas pinceladas. Estas damas sonrientes parece que nos señalaran diciéndonos: obras jamás terminadas (2006). Entre la luz y la oscuridad, el poeta no se eclipsa y alcanza el desasosiego de la modernidad, al igual que ocurre en la obra de Edvard Munch. 
 
                                Vampire (1895) - Edvard Munch
 
    Seres que se deshacen en colores, como si de un viaje lisérgico se tratase y con un grito ahogado el siglo XX, Romero Guzmán conoció la pintura de Edvard Munch: el poeta se diluye en los cuadros del pintor noruego, llegando a sus angustias existenciales a perseguir la luna junto al artista y moverse en la multitud de sus creaciones. Pareciera ser el mismo Munch un cuadro con muchos rostros y en ellos un corpúsculo del artista, como así se muestra en el poema El retrato de K. Hamsun: Un desconocido me robó las manos para pintar a K. Hamsun. ¿Qué podrá hacer un hombre con manos robadas? Todo lo que ellas pinten son obras mías. (2015; pág. 13). Los mismo ocurre en Harry Kessler: El cuadro donde me miró me brotó de adentro, como un parto. He parido a tantos, hasta el millonario Carl Georg Heis, para que adquiriera mis cuadros. Y la luz que se filtra del infierno a este mundo, y la sombra que me persigue las manos como a dos lámparas muertas. (2015; pág. 15). Los nombres y rostros se trastocan, revelando las partes sinuosas del artista que el poeta convierte en espacios de redención, de revelación como en el poema Jappe Nilssen: Pinto el mundo que no has visto, para que sepas que existo. La oscuridad es mi luz (2015; pág.19) Y esa luz la proporciona el color, vívido, autentico, revelador en su distorsión de la oscuridad del artista y su mundo.

   Otras honduras de la modernidad motivan la presencia de Munch en la poesía de Nelson Romero, como la representación del mundo y los dispositivos para capturarlo en el poema Lo que mira por la lente Hugo Perls: DIJISTE QUE LA CÁMARA FOTOGRÁFICA NO PODRÁ COMPETIR con la pintura mientras no se le pueda utilizar en el cielo y en el infierno. ….[….] Cuando el mundo del otro lado entra por la lente, nada de él vuelve a salir, nada vuelve a fluir. Una vez estés dentro de la cámara fotográfica –como yo lo padezco ahora-, el hombre es lo que no se ve, una invención de la noche, una imagen vacía. (2015; pág. 30) La representación fantasmagórica del cine y la fotografía hacen del hombre una imagen intangible, una verdad revelada de realidad a diferencia de la pintura y su ánfora de colores como presencia univoca y constante.

    El poeta desborda el lienzo y su color para internarse en los pormenores de un robo. En la segunda parte del poemario llamado Crónica roja, Romero Guzmán con meticulosidad detectivesca relata los pormenores de una perdida en el poema El robo de la obra:

   LOS LADRONES ENTRARON por la puerta olvidada del museo, la que instalaron por error y terminó en llamarse la boca de la oscuridad. Irrumpieron al interior de la Galería Nacional donde El grito permaneció colgado por mucho tiempo. […] La primera noche, los ladrones sacaran por la boca de la oscuridad las pesadas barandas del puente. La segunda nadie volvió a ver los veleros. La tercera noche desapareció la bruma roja. Cuando los vecinos de la galería escucharon un grito aterrador, ya que era demasiado tarde, pues habían maniatado al sujeto que gritaba en el cuadro, le taparon la boca y lo sacaron a empujones por la boca de la oscuridad. (2015; pág. 43).

El poeta construye un juego policial en la historia del arte, con una de las obras más icónicas de la pintura moderna. El mismo Munch lo relata en su libro El friso de la vida sobre el posible nacimiento de El grito en su texto Paseaba por el camino[1]. La infinita angustia del hombre quedó impregnada en la luz, sombra y color y la poesía de Romero Guzmán lo resignifica en su juego de metáforas. En este tríptico el poeta abre un intersticio que permite deslindar los límites de la pintura y de la misma poesía, posibilitando nuevas sensibilidades estéticas. 

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REFERENCIAS

Munch E. (2015) El friso de la vida. Munchmuseet. Oslo

Persin, M. H. (1991). «La imagen del / en el texto: el ékfrasis, lo postmoderno y la poesía española del siglo XX». En Novísimos, postnovísimos, clásicos, La poesía de los 80 en España, B. Ciplijauskaité (ed.), 43-63. Madrid: Orígenes.

Rifaterre, M. (2000). La ilusión de la écfrasis. Literatura y pintura (pp. 161-183). Antonio Monegal (comp.). Madrid: Arco-Libros.

Romero G. N. (2015) Bajo el brillo de la luna. Fondo Editorial Casa de las Américas. Cuba

(2006) La quinta del sordo. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá

(1999) Surgidos de la Luz. Imprenta departamental del Tolima. Tolima

[1] Paseaba por el camino con dos amigos – cuando se puso el sol. / De pronto el cielo se tornó rojo sangre / Me paré, me apoyé sobre la valla extenuado hasta la muerte – sobre el fiordo y la ciudad negros azulados la sangre se extendía en lenguas de fuego / Mis amigos siguieron y yo me quedé atrás temblando de angustia – y sentí que un inmenso grito infinito recorría la naturaleza (pág. 117).






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