“En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia,
hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron
Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento.
En Suiza hubo amor y fraternidad, 500 años de
democracia y paz y ¿que tenemos? El reloj de cucú”.
Harry Lime (Orson Welles) en el Tercer Hombre.
A la hora de establecer un juicio acerca de la película El Tercer Hombre, encontramos que se trata de una manifestación artística solida en todos sus aspectos: un guión magistralmente concebido por el novelista Graham Greene que le otorga precisión narrativa, solventes actuaciones, destreza técnica (este aspecto se hace evidente sobre todo en la secuencia final de persecución en las cloacas de Viena), profundidad temática y una más que acertada musicalización por parte del austriaco Anton Karas. No en vano ha sido considerado como el filme más influyente de la cinematografía inglesa y una obra cumbre dentro de la corriente del cine noir.
El Tercer Hombre se presenta como una clásica narración de corte policiaco para aquel que pose una mirada superflua sobre los acontecimientos que se desarrollan en la película. Ahora bien, el dinamismo y la intriga característicos de este tipo de filmes son tan sólo la superficie de una problemática más profunda. En el contexto de una Viena devastada y fragmentada como consecuencia de la segunda guerra, los personajes de la película nos proponen una álgida reflexión en torno a la disolución de las fronteras morales impuesta por la degradación existencial y material del principal conflicto bélico del siglo XX. Sus protagonistas encarnados por Joseph Cotten (Holly Martins) y Orson Welles (Harry Lime) plantean, a través de su confusa relación, un contrapunto ético en el que se enfrentan la ingenuidad perdida y la abyección rayana en el cinismo, conflicto que sólo es posible en un mundo trastocado por la persecución del poder para fines particulares.
De la mano de un impecable manejo de la técnica y una ya mencionada solidez narrativa, el caótico mundo de la posguerra se convierte en el substrato sociológico que da sentido a una extraordinaria puesta en escena que hace de este filme no sólo una dinámica relación de los avatares de un crimen, sino también una clave fundamental de acceso estético a la reflexión en torno a las ideas del bien y el mal. La película no nos otorga una respuesta definitiva a este dilema de tan vastas dimensiones; no obstante, hace manifiesto como estas categorías morales se tornan insuficientes para descifrar la infinita complejidad humana, máxime cuando está se halla sometida a la descomposición progresiva del mundo.
Comentarios
Publicar un comentario