Por William Alexander Medina
androidemurnau@gmail.com
El silencio se hace cada vez mayor y mi corazón se oprime y espanta en una nueva verdad; tampoco él puede hablar; se ha puesto de acuerdo con la naturaleza. En medio de este silencio es necia la palabra y el pensamiento mismo; oigo reír detrás de cada frase al error y la ilusión.
Aurora / Friedrich Nietzsche
El silencio se supone como un espacio vacío, muerto sin la vibración de la palabra, sin el eco que descifra el mundo y da sentido a la vida; pero, por el contrario, ha de considerarse como el lugar de la existencia consigo mismo, un punto de confluencia e introspección, en el que se acalla la palabra pero se encuentra el mundo.
La historia de la cristiandad esta plagada de zonas de luz para algunos y de largos espacios sinuosos para otros. Su expansión por el mundo llevó a una progresiva condena de todo aquello que no existiera bajo la premisa de un único y sagrado DIOS: las nociones de barbarie y pecado se esparcieron como la peste, pero también la resignación, el sufrimiento, la caridad. La última película de Martin Scorsese continua la búsqueda por lo religioso, la fe, una que empezó hace algunas décadas con La última tentación de Cristo (1988), y que continúo con Kundun (1997) para hoy cerrarse (quizás) con Silence (2016). Silence se centra en la indagación de dos padres franciscanos de origen portugués en el Japón del siglo XVII del padre Ferreira, quien da muestras de su presencia en una misiva. Un Japón que ha declarado la desaparición del cristianismo y utiliza todos los medios de coerción y tortura para esto, es el lugar de recibimiento de los franciscanos; entre aldeas y devotos campesinos transcurren los días, hasta terminar alojados en una pequeña cabaña en medio de las montañas, sobrecogidos por un silencio absoluto.
Aunque la pesquisa continúa, los oficios religiosos demandan la presencia de los padres, pero con esto se entrevé la poca claridad de la existencia de Dios entre los japoneses. Entre la promesa del paraíso, la redención y el perdón de los pecados, los campesinos divagan y reafirman su fe. El único gesto es creer o no (aunque suene a canción) a costa de sus propias vidas y un voto de silencio. Precisamente el silencio, es parte esencial de la película, no por la búsqueda sucinta de Dios sino por el contrario, porque pone de manifiesto su no existencia, su abandono: si la palabra lo conjura, el silencio lo elimina, lo hace a un lado, y este es precisamente lo que procura el inquisidor Inoue al intentar que los padres se conviertan en apoótatas, dejarlos en el limbo de una no existencia religiosa para lo público, aunque abnegadamente esta se conserve como una hoguera en pleno en el ámbito privado.
Silence es la adaptación de la obra de Shusaku Endo*, uno de los escritores nipones más relevantes del siglo XX. Con una perspectiva cristiana en su literatura, da voz a una comunidad que representa el 1% en la isla del sol naciente. Aunque la obra de Endo ya fue llevada al cine por el director japonés Masahiro Shinoda en 1971, el director italoamericano llevaba tres décadas con el proyecto, hasta que finalmente ve la luz.
El filme cuenta con una puesta en escena que pone de frente los tortuosos caminos de la fe, con una estupenda fotografía, pero con una carencia de empatía con sus actores principales, quienes resultan ser modelos morales, vaciados de la existencia del mundo, con una ingenuidad que pone una distancia dramática con la espesura de la obra, representados por Andrew Garfield ('Spider-Man', 'La red social') y Adam Driver ('Paterson’): al primero es difícil no ubicarlo con las mayas de Spiderman; en cuanto al segundo aún queda el rezago de su personaje meditabundo de Jim Jarmusch. Por el contrario, la poca presencia de Liam Neeson da un nuevo respiro al drama, este llena la pantalla, como el Kurtz de Apocalipsis Now, aunque personajes como Yōsuke Kubozuka (como Kichijiro) con pequeñas dosis de humor, revitalizan una obra que por su metraje puede llegar a ser extenuante.
Silence no es una plegaria abierta al cristianismo, pero si un punto de inflexión de la fe. Si bien los estertores de hombres condenados o subyugados por la existencia, la religión ha hechos mártires, el miedo y la culpa han hecho cautiva a toda una humanidad.
Comentarios
Publicar un comentario