Por Leonardo Mora
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Gran parte de la crítica considera que Detour es la obra fundamental del cine de serie B. Son tantas las virtudes y los aciertos de este enorme clásico dirigido por el gran Edgar J. Ulmer, que resulta mucho más productivo detenerse unos instantes para intentar conceptuar su desbordante talento, que desperdiciar el tiempo observando la patética manera en que la industria actual del cine y sus premios complacientes y risibles (a los que sólo asienten los tontos) atiborran los medios de comunicación y las salas comerciales para el magnánimo divertimento dominguero, el cual, valga decirlo, no representa más complejidad que el hecho de otorgarle una banana a un macaco.
Detour es un filme de cine negro porque obedece a cierta lógica de contenido y forma visual (valga decirlo, factores explotados más que nunca durante las décadas del 40 y 50 del siglo pasado) pero logra con creces superar esa a veces maligna y reductora etiqueta para instalarse en el podio de las grandes realizaciones de la historia del cine. El director sólo necesitó fundamentalmente a una sórdida pareja (compuesta por Ann Savage como Vera y Al Roberts como Tom) para exponer, a la manera de la tragedia griega -con Edipo a la cabeza- el desarrollo sicológico de una serie de vicisitudes que pueden acontecer, con total credibilidad, a una personalidad marcada por la mala suerte inmerecida. No sabemos hasta qué punto exista el destino, la fatalidad, el sino trágico (la filosofía lleva siglos analizando esta jovial y tierna condición humana) pero esta película nos recuerda que en efecto, ello sucede bastante a pesar de que se intente hacer las cosas correctamente, se quiera ser un ciudadano honorable que lucha por sus ideales y a la vez se deseé vivir en armonía con el infierno social, como en el caso de Tom. La otra cara de la moneda la representa la aparición de Vera, una de las brujas más agresivo-entrañables del cine, y aquí ya podemos señalar uno de los puntos álgidos en el cual Detour no es una simple película noir más: Vera está lejos de la clásica chica bella y fatal que deslumbra con sus curvas y su osadía con las armas, y encarna sobradamente bien, con ojos demoniacos y voz restallante, sin necesidad de una pistola (ella misma es una granada) a una mujer insana de venenosa personalidad, de actitud ambiciosa y malvada y de sexualidad tan potente y febril como la que puede ostentar un maniático: ella es quien se encargará de hacerle la vida imposible al pobre y sufrido Tom y lo arrastrará mucho más rápida e interesantemente, no a un simple y molesto desvío de carretera, sino al abismo de lo absurdo y la desdicha.
El crimen (o la vida misma) tiene sus bemoles, parece decirnos Ulmer en su filme, porque es un asunto al que no sólo se llega por “concierto para delinquir”, como diría un leguleyo urgido de clientes, sino que está sujeto a los vaivenes de la existencia y el mundo y es proclive a involucrar hasta el pianista más sensible e indefenso. Cuando la máquina del mundo bastantes veces nos ha mostrado su manera de valerse de sucios engranajes y manipulaciones para su flamante funcionamiento, uno debe ser cuidadoso hasta en lo que sueña y esperarse lo peor de lo peor. Kafka lo ha mostrado claramente, y Shakespeare, el gran aprendiz de los usos dramáticos griegos, lo dijo en la conocida cita de As you like it: "Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores: tienen sus salidas y sus entradas; y un hombre en su tiempo interpreta a muchas partes.” En Detour el escenario es la carretera, Tom y Vera posiblemente sean solo juguetes (más que actores) de una conjura o una charada universal, y ambos en su momento pasan de ser ganadores ensalzados a cucarachas de restaurante barato.
La joya fílmica que es Detour cumple, a nuestras aciagas fechas de xenofobia, estupidez y corrupción exacerbada, 72 años; pero verla actualmente representa, más que un hálito de frescura e inteligencia en medio del entretenimiento pueril de nuestros días, un ejercicio inaplazable para quien quiera recordar que la cinematografía a veces es concebida desde una perspectiva más inteligente y artística; no hay que olvidar que el humilde origen de este filme se halla en la subvalorada serie B: ya quisiera la industria actual hacer una “baratija” como esta. Al paso que vamos, el tiempo mantendrá a Detour indemne y avasalladora, tan lúcida como aquella noche del 30 de noviembre de 1945, el primer momento en ser atravesada por la luz de un proyector para ser vista por un público expectante.
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