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El gran director rumano Cristian Mungiu, conocido en el mundo del cine a raíz de su premiado filme Cuatro meses, tres semanas y dos días (2007), regresa con Graduación (2016), (nombre original rumano: Bacalaureat, Bachillerato), un filme extraordinario en el que se ponen en la palestra los valores y la ética que un hombre de familia rumana desea imponer categóricamente a su única hija, Eliza (actuación de María-Victoria Dragus), la cual se juega la oportunidad de ser aceptada en una universidad de Inglaterra: presión académica y personal, éxito, independencia, autodeterminación, un buen cargo a futuro, son los lastres del mundo contemporáneo que la chica se ve obligada a alcanzar a toda costa, aunque ella sufra un terrible y traumático atropello a su integridad, el cual resulta ser el eje argumental de la película.
El director de nuevo recurre a una radiografía cruda, naturalista, de imágenes, ambientes y situaciones grisáceas en el corazón de una triste y apocada Rumania, y desarrolla una historia familiar de clase media en el que la tensión constante de la trama es agravada, exagerada, por el ineludible paso del tiempo que determina el uso constante de los planos secuencias. Con simpleza de situaciones, recursos técnicos y puestas en escena, el poder de Graduación recae íntegramente en la magistral actuación de unos personajes con los que, con pasmosa facilidad, cualquier familia, cualquier persona, pudiera identificarse: la moral razonada y desinfecta que nos asegura por medio de un buen comportamiento que alcanzaremos la felicidad, la paz, lamentablemente no puede llevarse a cabalidad en un mundo que parece mejor un campo de batalla: si el hombre es un lobo para el hombre, como mencionaba el siempre contemporáneo y efectivo Thomas Hobbes en su áspero Leviatán, Romeo, el personaje esencial del filme (encarnado por Adrian Titieni), representa tal consigna muy bien y asegura su poder y sus deseos a través de una hipocresía evidente con la que intenta resguardar el castillo de naipes de su familia, pero el cual lamentablemente se va desmoronando en el curso de la película.
Romeo es el típico padre de familia al que duras experiencias y el agrio sabor de la vida le han inculcado la necesidad de reponerse del funcionamiento del mundo social, sus instituciones, y empezar a crear unas reglas personales en el que el fin justifica los medios, frase que explica el maquiavelismo por excelencia pero que paradójicamente nunca escribió el autor de El Príncipe. Pero la intransigencia de Romeo poco a poco le cobrará caro sus propósitos y le enseñará que aunque tenga las mejores intenciones, las personas, su familia, no son moldes en los cuales puede verter sus expectativas y redimir las secuelas de su vida frustrada.
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