THE DEATH OF STALIN / ARMANDO IANUCCI / BIOGRAFÍA-HISTORIA-COMEDIA / 106´/2018/ FRANCIA-BELGICA-REINO UNIDO / ****1/2
Por Herbert Neutra
herbertneutra@icloud.com
“The Death of Stalin” es una versión ligera pero no menos contundente de una historia que el actual ministro de cultura Ruso decidió vetar, una actitud que solo comprueba que las hipótesis lanzadas al inicio de este articulo no se instalan en el puro prejuicio.
"A Stalin le gustaba usar el teléfono y tenía la enervante costumbre de llamar a los artistas en medio de la noche. A veces, como un emperador romano que se sentía indulgente, concedía a sus peticionarios un favor extraordinario. Otras veces les decía que esperaran una llamada que nunca se producía, y ellos solían interpretar el silencio como presagio de desastre. En cualquier momento podía llegar la temida llamada a la puerta".
(Ross, 2009:281)
Sus indignadas publicaciones sin fundamentación teórica en redes sociales ante el triunfo del sentido común, su falta de humor y empatía a la hora de elaborar memes y varios estudios de avanzada en áreas como la neuro-biología y la psicología lo demuestran: el cerebro del simpatizante de izquierda está seriamente afectado, sus conexiones neuronales sobre-excitan mecanismos emocionales aleatoriamente y estos se sienten amenazados, perseguidos o segregados por un argumento que los rebasa racionalmente o que sencillamente no les agrada (Kanai, Feilden; Firth & Ress; 2011; Wright, He, Shapira , Goodman & Liu, 2004; Schreiber, Fonzo, Simmons, Dawes, Flagan , Fowler, Paulus; 2013).
Le invitamos a hacer un experimento en su cotidianidad: discuta con un hombre beta promedio, con una madre soltera luchona, con una solterona empoderada sin súcubo, con un buenista con mucho corazón pero mejor pasaporte, con algún militante de una “minoría” sexual o étnica ó con un licenciado en mamadas. Discuta con el individuo sobre temas como el triunfo de la civilización occidental, el fracaso de los regímenes socialistas-comunistas o las necesarias y deseables diferencias entre machos y féminas. Y prepárese para los efectos colaterales de su exposición lógica en las amígdalas cerebrales del incauto.
La mayoría de los que se inscriben en ideologías del “cambio” y el “progreso” actúan con rechazo, con violencia, y con un alejamiento casi supersticioso ante todo aquello que está en contra de sus ideas; a fin de cuentas, por una cuestión evolutiva, independientemente de la orientación política, estructuras de nuestra anatomía como dichas amígdalas o la corteza insular, son las encargadas de regular y controlar estos procesos para defendernos de amenazas como imágenes desagradables, animales peligrosos o el riesgo en el que se pueden convertir la ira, un disgusto, o una tristeza desbordada.
Pero agregue a este aspecto fundamental para nuestra supervivencia, factores complementarios característicos del cuadro clínico del progresista como el abuso de drogas, la falta de auto-estima, familias de-estructuradas, gusto por el alpinismo social, promiscuidad, desempleo, fascinación por el marxismo cultural, mediocridad artística, una pobre vida espiritual, depresión, cierta pedantería intelectual vecina del retraso mental, trastornos de identidad o una actitud des-informada patrocinada por los mass-media liberales: el resultado, una persona reaccionaria que en sus palabras y acciones se olvida incluso de lo que defiende.
El lugar común en la era de la corrección política es que la izquierda aún crea sin rechistar que modos de producción como el capitalista son los culpables de todas las injusticias de la humanidad y de sus propios fracasos personales y profesionales. Que encuentren en modelos como el libre mercado, y en las éticas del trabajo, el ahorro y el sacrificio, nada más que generadores exclusivos de egoísmo y miseria en el mundo.
Esta horda llena de buenas intenciones ve, en el reverso de su peculiar maniqueismo, al socialismo, o al candidato con una propuesta diferente (mixta) de turno- porque es típico en una mente enferma evadir nombres, conceptos, lugares o situaciones que le exijan pensar o tomar posición- como al creador de un mar de buenas intenciones, en el que flotan la invocación absurda de un estado matriarcal, monumental y proteccionista que vende la peligrosa idea de igualdad, equidad y prosperidad en un jardín de leche y miel al que sólo ellos, los más ilustrados, podrán llegar. Una especie de edén en una suerte de país ficcional del nunca jamás, que por lo visto en la historia económica y cultural de naciones como Camboya, Cuba, Corea del norte, Polonia y recientemente Venezuela, por citar solo algunos ejemplos, NO se ubica geográficamente en este planeta.
La Union soviética fue desde 1917, hasta su estrepitosa caída en 1991, otra de estas sucursales del cielo en la tierra, y al final pasó, como pasa cualquier delirio irracional, cuando la verdad y los hechos desvelan la fantasía. Pero en el medio, la caída del régimen se dilató demasiado, y el cerebro de los fervientes creyentes en la causa bolchevique necesitaba alimentarse- como ocurre en todos estos ideales de democracia- con varios números de teatrillo surrealista, pastiches lo suficiente convincentes para no herir el subconsciente de la multitud. De eso, y de una bandada de parásitos en una frenética lucha por el poder, después del deceso del Líder, va la muy recomendable comedia de Armando Iannucci (“In the Loop”, 2009)
Iannucci, un experto en satirizar la ineptitud de las social-democracias en el orden capitalista en sus excelentes productos televisivos: “The Thick of All” (BBC, 2005) y especialmente “Veep” (HBO, 2012), tiene en la decadencia moral y gubernamental de la extinta U.R.S.S. materia prima suficiente para sacarle risas al espectador, aún cuando el escenario histórico de fondo sea el escabroso paisaje de desapariciones, censura, persecución y farsa que caracteriza a los hipócritas regímenes de izquierda; estos aspectos también están disponibles en las pocas dictaduras de derecha, aunque en ellas son más frontales y pragmáticos y no entrañan ni venden algo distinto a un tipo de purgatorio provisional.
En “The Death Of Stalin”, el mismo gobierno que había dirigido sus cañones hacia las nubes para fusilar a Dios, acusándolo de genocidio, ahora debe informar al pueblo de la muerte del autoritario, despiadado, paranoico y admirado por Neruda, Joseph Stalin. El año es 1953 y un país que ha aprobado una ideología tan desquiciada como el socialismo no podría estar manejado por hombres menos cuerdos, una tropa de energúmenos que intentará tomar el poder, mientras el aparente orden sigue en picada y logran asegurarse de que el propio Stalin no los mate, aún, después muerto.
Un tarado Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor), un des-ubicado Vyacheslav Molotov (Michael Palin), un astuto Nikita Khrushchev (Steve Buscemi) y el sádico jefe de la policía secreta Lavrentiy Beria (Simon Russell Beale), se pelearan y apuñalarán como mujeres por un tocado de flores hasta lograr su cometido: el poder sin más, como buenos narcisistas de izquierda.
El director escocés filma esta charada política deudora tanto del humor de los Monty Phyton como del absurdo de “Dr Strangelove” (Kubrick S., 1964); apenas abandonando interiores, ejecuta varios guiños al agitado encuadre de sus trabajos para la pantalla chica, pero ante todo, se ciñe al diseño y colorido de la novela gráfica original de la que rescata su estilo "viñetesco", un recurso técnico idóneo a la hora de presentar a un grupo de personas torpes, de mentalidad débil, carentes de una convicción real distinta a un deseo patológico de control y posición; un cuadro no muy alejado de los mitines y los foros de discusión de mis estimados y conocidos contactos perro-flautistas.
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