vinculado con lo fantástico—, sino que se ha transformado en un
medio expresivo para traducir la incertidumbre en cuanto a la
vinculación con el mundo natural y social, un pretexto
para plasmar con total libertad — y, de paso, exacerbar—
los imaginarios actuales.
Gérard Imbert, Crisis de valores en el cine posmoderno (más allá de los límites).
Por William Alexander Medina
androidemurnau@gmail.com
Las posibilidades neurocientíficas del control mental parecen ser tan aterradoras como próximas, después de conocer el anuncio y avance de Elon Musk y el implante de chips en el cerebro de cerdos. Aquello que parece ciencia ficción lejana, se hace cercana con Possesor (2020); su director, Brandon Cronenberg, de origen canadiense, nos lleva por una propuesta visualmente impactante y mentalmente devastadora.
Tasya Vos (Andrea Riseborough) trabaja para una organización bajo la dirección de Girder (Jennifer Jason- Leigh) encargada de realizar asesinatos a través de un implante neuronal que le permite hospedarse por unos días en el cerebro del huésped ejecutor teniendo control del cuerpo y las emociones. El gran reto llega con Colin (Christopher Abbott), un traficante de drogas, novio de Ava (Tuppence Middleton), quien a su vez es hija de John Parse (Sean Bean), el dueño y presidente de una empresa de datos.
Aunque mantiene ecos de algunas películas de su padre, el famoso David Cronenberg, Brandon propone una mirada sobre lo invasivo de la realidad virtual: esto se pone en evidencia con el trabajo de Colin, quien a través de las cámaras web de los dispositivos recopila información de carácter comercial. De esta manera el director abre un espacio reflexivo en su mundo aprehensivo y misterioso de la vigilancia digital, aunque se presentan unos dispositivos inexistentes para nuestro tiempo: la historia no sucede en un futuro distante sino en un cercano 2008, una mirada metafórica de nuestra realidad.
El hospedarse en el cerebro de otros trae consecuencias en la identidad de Tasya Vos, quien al término de sus trabajos vuelve sobre sus recuerdos para reafirmar quien es, pero los episodios de los asesinatos terminan anidando en su cerebro y habitan con su realidad. Por esto, la separación de su esposo e hijo le hacen vulnerable y errática al punto de llevarle habitar casi en una realidad paralela, una madre amorosa y una brutal asesina. Así la identidad se diluye en un torrente de fragmentos que pueden ocasionar la fusión con la memoria del huésped.
No es solo la memoria: es también lo corpóreo, una nueva piel, nuevas impresiones y así lo descubre Vos al habitar el cuerpo de Colin y revisar sus genitales. Cronenberg nos lleva por esta deriva corporal al momento de los encuentros sexuales y no es solo por las sensaciones que se experimentan en ellas como sentido del placer, sino como extensión de la carne que se rasga, sangra y muere; así las emociones no sólo habitan en el hipotálamo sino que se extienden a ese extenso organismo vivo llamado piel, lo cual parece entrar en lucha constante con aquello que llamamos lo virtual.
La ciencia ficción que presenta Cronenberg pareciera venir de un terreno abonado por otras referencias cercanas al mundo de lo virtual, pero su propuesta incluye elementos que inquietan y están relacionados con el nivel de dilución del cuerpo y la identidad en un tiempo en que los deseos y placeres se procesan en códigos binarios y que la minería de datos es el nuevo espacio de dominio de lo humano. En una entrevista el director propone: “Como sociedad, estamos evolucionando de una manera muy extraña, y creo que no logramos todavía entender las consecuencias que tiene estar ‘online’ todo el tiempo y el poder real de las redes sociales”, advirtió. “Nos falta descubrir cuál será la siguiente fase de la Humanidad y cuáles serán las secuelas de todo lo que estamos haciendo casi sin pensarlo”.[1] Entre los peligros que subyacen en un mundo hiperconectado, están la pérdida de quienes somos o de quienes fuimos y de quien posee aquello que nos permite ser.
Possessor juega con la metáfora del gusano en el cerebro. La realidad virtual lleva dos décadas habitando silenciosamente en nuestros cuerpos y alimentándose a diario de las necesidades, gustos y deseos de quienes la recorren, la consumen llegando al punto de diseñar vidas o destruirlas, un campo fértil para todo tipo de teorías conspiranoicas en nuestra nueva realidad, pero lo que se implanta en la actualidad no es un chip sino una narrativa que resulta igual o más peligrosa.
Esa nueva carne que descubrimos inicialmente con David Cronenberg ahora se extiende a nuevos cuerpos y narrativas, y así lo propone Brandon Cronenberg. Las comparaciones suelen ser odiosas y es sospechoso hacerlas, pero si podemos descubrir en la propuesta estética del joven director canadiense un arrojo estilístico acompañado de la excelente fotografía de Karim Hussain que desde el prólogo hasta el final nos lleva por un recorrido de sensaciones del color y luz, unido al siempre impactante rojo brotando de la carne rasgada y abierta. Hay que decirlo, la película no carece de su dosis de violencia y gore.
Possessor es el segundo largometraje de Brandon Cronenberg: una mirada a la realidad diluida de lo virtual, una identidad que se diluye en mentes y cuerpos dirigidos para asesinar, una sangre que salpica tanto la pantalla como los ordenadores y los datos de quienes se hacen multimillonarios con ellos, una mirada crítica y reflexiva a nuestra codificada vida de computadores y smartphones, un gusano que se desliza en nuestras mentes consumiéndonos a diario.
[1] Tomado de https://www.latimes.com/espanol/entretenimiento/articulo/2020-10-02/brandon-cronenberg-revela-los-complejos-secretos-tras-la-aterradora-possessor
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