Por David M. Houghton.
Por la contundencia y relevancia de sus trabajos anteriores, el estreno de un nuevo filme de Gaspar Noé se rodea de grandes expectativas por lo que podrá plantear este director acostumbrado a sacudir el universo cinematográfico con sus desquiciantes experimentos técnicos y sus descarnadas visiones del mundo contemporáneo. En esta ocasión la expectativa fue mayor debido a los problemas de distribución que retrasaron casi un año el estreno de Enter the Void, alimentando toda clase de rumores sobre su alto contenido de sexo explícito y violencia descarnada.
Los primeros minutos del metraje, precedidos de unos créditos iníciales diseñados para deslumbrar a uno que otro publicista con ínfulas de artista, auguran una soberbia incursión en el bajo mundo de una luminosa y decadente Tokio. No obstante, y después de que los fastuosos efectos y la obsesiva utilización de la cámara subjetiva dejan de perturbarnos, empezamos a percibir el sabor de algo ya visto. Desde el color extravagante, pasando por los inesperados movimientos de cámara y la audacia narrativa, hasta llegar al sórdido inventario de seres decadentes inmersos en un mundo del que queda muy poco por salvar, todos los elementos que habían sido planteados con firmeza e inteligencia en el excelente Seul contre tous (1998) y que servirían también para estructurar con mucho acierto el multipremiado filme Irreversible (2002), así como algunos de sus trabajos audiovisuales de corta duración como Carne (1991), We fuck alone (2006) y Protege moi (2003), resultan en Enter the void una mera reiteración. Ninguno de sus guiños de espectacularidad técnica sorprenden, sus personajes son poco interesantes y la historia que trata de contar el filme es tediosa y superficial
Resulta indiscutible que una de las virtudes del realizador franco - argentino es la capacidad para imprimir un ritmo desquiciante a la narración fílmica: un trabajo de montaje arduo en el que se busca que el espectador sienta la angustia, la paranoia, la claustrofobia a la que se enfrentan a su vez los personajes. En Enter the void este recurso se convierte en algo planeado, exagerado hasta el paroxismo con el objetivo de dar un ritmo vertiginoso a una película que tendría que terminar promediando los noventa minutos y que sin embargo se dilata hasta el cansancio con decenas de secuencias absolutamente gratuitas – especialmente las de sexo – en las que pareciese que la intención del director es mostrar hasta dónde pudo llegar en el desarrollo de efectos especiales y de paso evidenciar cómo pudo gastar el gran presupuesto del que dispuso.
Si bien quedan algunos elementos para rescatar como la excelente musicalización realizada por Thomas Bangalter con la aparición ocasional de Throbbing Gristle, así como las secuencias que simulan los efectos producidos por el D.M.H. (una de las tantas sustancias alucinógenas inventariadas en el filme), la película no aporta nada significativo a la filmografía de Gaspar Noé. Puede que algunos destaquen el permanente compromiso del director por adentrarse en los pasajes más abyectos de la vida cotidiana en el contexto del capitalismo salvaje o su siempre contradictorio mensaje de esperanza que en esta ocasión está representado casualmente con el advenimiento de un crío llorón que purificará un mundo infecto y decadente. Se trata sin embargo de que, precisamente en un mundo en el que el arte tiende cada vez más a ser absorbido y masacrado por los dictámenes del mercado, todo creador debe evitar la reiteración, la mansedumbre, la experimentación formal gratuita y desligada de planteamientos humanos contundentes pues estos y no otros son los fáciles mecanismos que el sistema homogeneizador utiliza para neutralizar todo el potencial crítico de la creación artística.
(Dic. 2010)
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