Por: Leonardo Mora II
Naná es una hermosa chica francesa que no cuenta con mucha suerte, como tantos seres que vagan y luchan en las calles de la ciudad para sobrevivir y sobreponerse a sus negativas circunstancias. La adversidad y la soledad la han hecho fuerte, y por lo tanto, es capaz de asumir diversos y negativos roles, como el de ser prostituta, aunque no se sienta a gusto con este tipo de alternativas.
Naná es valiente: el simple y pueril hecho de no contar con dinero no la detendrá en su búsqueda personal de la esencia para vivir su vida, afinando paulatinamente su capacidad de asombro; en un momento del filme se le vé encaminarse hacia el cinema para aprehender a través de los ojos de un cineasta una nueva sensibilidad y otra concepción del mundo, que enriquezca la suya propia y le enseñe a observar la realidad de una manera distinta.
Naná es sensible: la lírica prueba de ello son las lágrimas que derrama en el cine, cuando observa la escena en que Juana de Arco es interpelada por su confesor, antes de ser llevada a la hoguera; la entereza de la épica heroína de alguna manera se asemeja a su drama propio: en un mundo cruel es necesario armarse de carácter para no sucumbir ante los embates de una realidad que es despiadada con los seres más tristemente espirituales y consecuentes con sus ideas. La imagen de Naná llorando es una de las más bellas y conmovedoras del cine moderno.
La historia de Naná, construida por uno de los directores más legendarios de todos los tiempos, se nos muestra en doce breves episodios llenos de poesía minimalista, en los cuales predomina la cámara fija y los claroscuros; la belleza y la importancia de lo cotidiano arrebatan el interés del espectador que observa a la protagonista fundamentalmente en planos de evidente claridad, o surcado por sombras y oscuridad, como las que a menudo se ciernen sobre su propia vida.
Naná constantemente se pregunta acerca de los objetivos con que construimos las metas de la vida personal: ¿Es la existencia una dolorosa comedia inevitable? ¿Hasta qué punto soy responsable de cada uno de mis actos, por triviales que aparenten ser? ¿Hablar falsifica una realidad que sólo puede comprenderse bajo los umbrales del silencio y la introspección? ¿Soy realmente libre como sujeto autónomo o existen prejuicios que no permiten desplegar la personalidad individual?
Sin dramas y tragedias insinceras, con naturalidad y espontaneidad, sin artificios ni despliegues alejados de la áspera simpleza de la vida, con una honestidad brutal y sin concesiones, Vivir su vida se convierte en una de las grandes obras dulcemente legadas por la Nouvelle Vague, ese movimiento que, gracias a Dios, un buen día cambió la tradicional concepción de la cinematografía para eternizar el esplendor de una nueva belleza en imágenes congeladas para siempre.
Mientras la vida pueda vivirse, filmes como éste pueden ser el mejor espejo para la reflexión acerca del hombre contemporáneo y su manera de sortear los obstáculos e imposiciones del sistema. La pelea es por lograr la libertad del sujeto en un mundo que nos envuelve en sutiles redes de trivialidad, y nos quiere condenar a seguir al pie de la letra sus infames juegos de abalorios.
Abril de 2011
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